Gestos

Él solía santiguarse a menudo, al hacerlo, nunca le faltaba una sonrisa esplendida aderezando su rostro. Coincidíamos, con frecuencia, en la salida o dentro del ascensor de la finca, en la cual, ambos, habitábamos desde niños. En la plazoleta donde paseábamos a nuestro respectivos perros. Efectuando la compra, sumidos en la agitación visual y olfativa del mercado. O, cruzándonos el saludo, de acera a acera, camino de un ratito de ocio o al marchar hacia el trabajo.

Él, era parco en palabras, se debía intuir cuáles eran sus apetencias, y cuánta la profundidad de los valores y creencias que lo impulsaban.

Debido al acto repetitivo de santiguarse, lo tenía por devoto de la fe cristiana. Uno de los días que coincidimos, me atreví a consultarle al respecto.

-Te hago de creer mucho en Jesucristo, suponiéndolo como hijo de Dios caminando sobre la tierra. ¿Me equivoco al entenderte fiel seguidor de esa fe?.

De nuevo, aquella sonrisa de satisfacción iluminó sus ojos, cualquiera podía leerla, sin temor a equivocarse, como un signo evidente de plenitud que equivalía a felicidad. Y así, él, me contestó.

-Cuándo ves que gesticulo, aparentemente santiguándome, no se trata de que asocie dicho gesto con un padre celestial omnipotente y omnipresente, o crea, firmemente, que hubiera un hijo de tal amparado por el espíritu santo, ni tampoco que reconociera la existencia de ninguna santísima trinidad. Lo que sí va más allá de la suposición y sé con certeza, es que existen los puntos cardinales, las direcciones hacia donde podemos dirigirnos; así, con tal gesto, saludo al norte y al sur, y al este y al oeste; añadirte que remato este saludo, tras marcar con decisión amable cada una de las direcciones posibles, enviándole un beso de agradecimiento a esta vida que me permite, eso sí, esperando que esté dispuesta a depararme lo mejor.

Su explicación se fundamentaba en  un pragmatismo exacto, lejos de elucubraciones denotaba eficiencia; pero, a la par, transmitía futuro y ensoñación capaz de materializarse. Me mostraba a un ser cabal, para mí desconocido hasta ese instante, a un individuo lógico al que suponerle lecturas privilegiadas y actos juiciosos. Deciros que, desde esa breve charla, opto por la decisión de señalar los caminos posibles, me casé con el santiguarme. Quizás, mañana, también me preguntarán…

 

 

 

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