Contar sobre Mercedes y el agua. Mercedes, la honorable: decir de sangre humana e imperfecta y de esencia bendecida. Extraordinaria madre, mujer entregada a los suyos, mujer de peso -más de cien kilos la honraron por décadas y hasta su santificación ante el fuego-.
Persona que fue una luchadora incansable; trabajadora falta de contrato haciendo peripecias con su salario; jornales conseguidos a fuerza de hincar sus rodillas y mover, repetidamente, sus brazos, higienizando baños y lustrando muebles, suelos y estantes -acabó siendo su columna vertebral la que crujió debido al ajetreo continuado y a los tantos esfuerzos excesivos-.
Mercedes y el agua; ella, de fácil sonrisa, que reía y reía aun rodeada de inmensas dificultades, la que bromeaba incluso de sus días miserables, derrocando aquel dolor que, hincándose profundo, traspasa nuestra materia humana y nos demuestra cuánta es la superficialidad de los cuerpos.
Mercedes; fortaleza, cariño, valentía y bondad. La que era bienvenida en cualquier hogar que visitaba ¡por su franqueza!, por ser, su corazón, la herramienta usada para darle sentido a sus decisiones, gestos y diálogos. La que, sin dudarlo, escogía una sonrisa como tarjeta de identidad. La que luchó, incesantemente, contra las circunstancias de un pasado inalterable que aún le dolía, del pasar que le devino, áspero y, en gran parte, enigmático y desértico.
Mercedes ¡mujer!, la que avanzó siendo capaz de enfrentarse y derrotar a sus muchísimas carencias y a sus tantísimos miedos. La misma, la entregada, la que siempre repartió ganas de vivir; aunque ella se supo, desde bastante joven, circulando a remolque de las circunstancias que no quería ni tampoco escogía.
La que fue; luchadora que vencía a resistentes contrincantes. Navegante destruyendo; dolores hondos, pesares correosos y angustias que sumían al individuo en la inmovilidad y el desespero. La que fabricaba ilusiones y era poseedora y casi dueña de magias celestiales. La que forjó esperanza desde los escombros y fomento ilusiones desde el óxido espinoso que araña como cuchilla, y levantó sueños desde el suicidio, renunciando a cargar con el plomo que menciona cuánto es su peso como carga, cual dicta insalubridad, entre huesos en los que abundan los No a la resurrección y pieles que son desechadas al presentarse hediondas y podridas.
Ella y el agua -cubo, fregona, bayeta, pañales, lejía, frotar y jabón- la que no supo flotar en el mar, y menos nadar, hasta que barajó poco más o menos que cincuenta inviernos.
Ella, que repartió ayuda y vida hasta delatar la mentira que esconden las palabras, imposible y final. La que pudo desplazar hasta donde deseo, aquellos puntos que los demás denominaban, inalterables, concluyentes e inamovibles.
Ella, que sabiendo darle sentido al verbo amar, fue maestra enseñando acerca del agradable sabor de familia, que el poder de la unión dona lazos tan sabios como para desdibujar la fealdad cabida en disgustos, ofrecer la salida dentro de complicados laberintos, y, eficientemente, diluir los peores contratiempos.
Mercedes y el agua. Mercedes es y fue agua por la suerte alquimista. Mercedes; y yo quedo siendo… una de sus cinco burbujas.