Hace ya unos cuantos años, aprovechando estos tiempos de crisis, los empresarios se pasan por el forro los convenios laborales, mientras los trabajadores, amilanados, no nos atrevemos a reclamar aquellos derechos conseguidos mediante el esfuerzo de generaciones anteriores. No nos atrevemos debido al miedo que sentimos cuándo valoramos la posibilidad de perder nuestro empleo. La angustia y el miedo es real, pues nosotros, como trabajadores asalariados, conocemos acerca de la larga cola de desempleados que esperan inscritos en las listas del paro, personas dispuestas a ocupar nuestro puesto al precio que sea.
Los empresarios abusan, exigen rendimientos excesivos a sus trabajadores, ellos ejecutan despidos improcedentes al ser conocedores del nulo o bajo coste que les representa -la administración asoma benévola para con ellos, diría que hermanada y condescendiente; urde y permite a sabiendas de tantas irregularidades e injusticias que acontecen-
La legislación se modifica continuamente para consentirles maniobras que les beneficien y satisfagan; a los correspondientes mandatarios les conviene tenerlos contentos.
Los empresarios conocen bien tanto las necesidades por cubrir como el miedo que tiene el obrero de quedarse sin ingresos y trabajo, ellos hacen y rompen a su antojo los convenios que con anterioridad fueron aprobados. A esto sumarle, que a los políticos primordialmente les interesa disponer de números eficientes que presentarnos en los medios de comunicación -pura manipulación de los ciudadanos, farsa miserable- datos y cifras que les avalen a la hora de mantener su cargo tras las correspondientes votaciones.
Los trabajadores vamos dejando por el camino, en este inicio del siglo veintiuno, nuestros derechos, mientras los gobernantes que se alternan la dirección de un estado, y por lo tanto ostentan algún grado de poder, omiten ponerle remedio a este y otros asuntos de suma relevancia -será que no les conviene-. Cabría probar con una justicia que fuera mucho más severa cuándo corresponda aplicar sanciones por cualquier tema referente al incumplimiento de derechos, cuándo son pisoteados los convenios que, previamente, ya han sido aprobados y establecidos; sanciones que a los empresarios les hicieran replantearse su postura amoral y su posición ilegal, cuestionarse si tal aptitud con sus consiguientes decisiones les merecen beneficios o les perjudica. Decisiones que degüellan sin contemplación los derechos del obrero. Posición y decisiones, consentidas por las diversas administraciones -estatales y también locales- que deberían, ante todo, ocuparse de tales despropósitos, protegiendo a esa mayoría de ciudadanos que somos trabajadores asalariados.
Podrían prestarle la debida atención a cada una de las denuncias que se les presenta, y establecer fórmulas que terminasen con los tantos vacíos legales en que muchos empresarios se amparan para proseguir con su particular carnicería, con frecuencia soliendo salir indemnes de cada uno de sus (posibles) personales delitos.
Los salarios de una inmensa mayoría no son, de ninguna manera, equiparables al coste que se ha tenido a bien marcarle a cualquier vida -esto, sin exceso alguno, simplemente cubriendo lo primordial e imprescindible- el alquiler de una vivienda, los gastos energéticos indispensables, e incluso los productos básicos que precisa toda familia para la subsistencia -los grandes «lobbies» inversores, hace ya un buen tiempo que están situando su capital en el sector alimenticio, esta es apuesta segura, su movimiento nunca desfallece; dentro de muy poco, el precio de muchos productos alimentarios imprescindibles será desorbitado e irrebatible; estos «lobbies» están comprando los pedazos de madre tierra que son más fecundos para cada uno de los cultivos-
Y aun estando los salarios bastante por debajo de cubrir las necesidades primordiales de cualquier familia, los empresarios prosiguen exigiendo, echando mano de la extorsión para lograr que muchos de sus trabajadores multipliquen su rendimiento. Pretenden ahorrarse contrataciones y piden a sus obreros que prolonguen sus jornadas a coste cero, y, sobre todo, que nunca enfermen o asomará, marcado en el calendario, la fecha de su despido. Inclusive tienen, algunos empresarios, la desfachatez de restarle a sus trabajadores días que les corresponden por vacaciones establecidas legalmente, esto sucede, cuándo nosotros precisamo de horas para visitas médicas o gestiones personales que resultan del todo intransferibles.
A los empresarios les quedan muy a mano y baratas las artimañas -ya se encargan de ello los políticos con la ¿justicia? que potencian también, dando el visto bueno como legisladores-
Se incita al despido, pues la propuesta económico-política para los empresarios es la de, durante ciertas épocas, procurarle unos miles de euros por cada nueva contratación que se realice, eso sí, bajo la premisa de que deberá mantenerse la misma por un periodo establecido -previsoramente, los empresarios, anticipándose al hecho y a las fechas, ejecutan despidos y aminoran su plantilla para más tarde efectuar las correspondientes reinserciones en los puestos que convenga- Los obreros nunca disponemos de la seguridad suficiente como para respirar tranquilos, vivimos dentro de un mundo laboral pretendiendo, a todas horas, mantenernos en pie, pretendiendo el equilibrio.
Cuando pienso en nuestro sistema socio-económico, me sé viviendo dentro de un mundo plagado de directrices injustas, me doy cuenta que todo el sistema legal y político es un gran circo. Que quién resulta electo por una amplio número de ciudadanos, defiende, incongruentemente, sólo los intereses de unos pocos. Que cabe una sociedad compuesta de individuos que reconocen la suma importancia de la labor del resto. Que caben métodos que equilibren el reparto sin perjudicar ni faltarle nada a nadie, métodos que mejoren, en mucho, lo aquí presente. Pero, también soy consciente, que tales métodos acarrearían un cambio de sistema, y que dicho cambio perjudicaría notablemente, causaría la bancarrota, quebraría ese estado actual de opulencia desmedida, de corrupción, despilfarro y bienestar material que, en la actualidad y en este planeta, disfrutan unos cuantos, que resultan al ser contados, bastantes menos que pocos.