Cabalgo por paseos coloridamente embaldosados. Entre bancos que, uniformados con verdes y marrones, se ofrecen gratuitos para a los transeúntes dar descanso.
Circunvalo fuentes que esparcen sus aguas, mientras personajes de dureza rocosa, vigilantes y desnudos, observan mil secuencias callejeras desde su alto.
Cabalgo mayormente tranquilo, pero en algunas ocasiones, con prisas; exaltado. Subido en una estructura alumínica que me transporta con sus dos ruedas gomosas; como a caballero hace con sus cuatro piernas un caballo.
Y cuando lo hago… Me deleito con las formas artísticas de las flores y los arbolados, con el creativo ingenio de los hombres. Que trasladaron tantos dibujos hechos sobre papel, al decir consistente de las urbes; mediando la química y la naturaleza del cemento y del hormigón y del plástico y del metal, junto a ladrillos perfectamente cocidos que, posicionados con cuadriculada destreza, son la letra insalvable, el sustento arquitectónico.
Dejadme ser un niño que se divierte lidiando motos y coches sobre la consistencia del asfalto. Vestirme de nuevo con la credulidad y lucir mis sueños de antaño. Sueños alejados del gris, ataviados con esa luz productiva, que vierte un mañana de proyectos y mejoras y no uno que afee y destruya, más aun, los cuerpos y las voces.
Tengo que salir de mi jaula. Quiero romper la cáscara que cegadora me atrapa. Deseo convocar a la niñez lectora que estuvo dormida, pero que nunca perdí, para que prendida de desparpajo, ya liberada; trote salubre y ruede ecológica.