Imán son cuerpos

«A tus ojos les gusta ver. A tu mente le agrada imaginar. Un ser avanza y crece al sentir. ¡Existo!… por mis sentidos.»

Aquí recuerde:
Tu mano, con su delicadeza y pequeñez femenina, no acerca a circunvalar todo el grosor del que tanto te excita. A tus manos, juguetonas, les gusta apretar, cuando fuera y estando dentro —saben igual de ternura como de sexo con tal de rimar—.
Cómo señalar como pecaminosa esa razón humana que dona gozo y alcanza nacimiento; la perdición indigna y la deshonra se halla en otras porciones que permitimos en nuestro imperio.
Cómo indicar tal hecho —donde mordernos, hambrientos—, como vergüenza y tabú; cómo optar por omitir aquello que nos comporta tantísima satisfacción. Afirmo, incansable, para resaltarlo, y repito y repito «más quiero» —nuestro «juntos» conviene en ser terapéutico—. Me niego a la pretensión de algunos que lo tachan como prohibido y, traicionando sus propios mensajes, delinquen amordazando su inevitable realidad.
¡Cómo pautarlo, tan sólo, con un «de vez en cuando» sin echarlo de menos!.
Desentiéndete de vocablos y utiliza tus labios para acariciar y tu paladar para darme calor y tu lengua para darme humedad, recítame con la pasión que se recuesta en tu boca tras comprobar que este grosor también se alarga…

De un par, juego y risas

Tan cerca como nuestras rodillas tocándose por debajo de la mesa.
Antes, tu falda, de ajustado talle y corte corto, me permitió, durante el paseo hasta este restaurante, contemplar el estilismo de tus medias negras, éstas, en sendos laterales, salpicadas por unas verticales y divertidas cenefas con grafismos frutales, en las cuales se combinaban fresas, llamativas por su rojo intenso, sonrosadas y apetecibles cerezas, y unos cuantos corazones dentro de los que habitaba un trazo cóncavo describiendo la más saludable de las emociones.
Durante el trayecto también pude disfrutar de la elegancia de tus pasos medidos, diría que encubrían el tecnicismo que suele rondar las pasarelas, el cual precisa de unas piernas como las tuyas para lucir zapatos y trapitos; piernas que, por largas y bien cuidadas, le demandaban a cualquier boca y cabeza masculina, la sorpresa agradable que resuena con palabras concluyentes entre signos de exclamación y el consiguiente giro para repetir mirada que, reafirmando el gozo sensitivo y visual, servía como doble y claro acento gestual delatando admiración.

***
Tan cerca; como a salto de un pellizco o el robo de un beso. Al punto de poder asaltarnos las manos y de oler, si lo hubiera, la necesidad de cariño y el hambre de sexo. Cada uno aposentado en su respectiva silla, pero en comunión, saboreando de una misma copa el líquido frutal dado por las vides al cual el roble y el tiempo contribuyeron a hacer exquisito.
Escuchábamos el trajín de cubiertos y platos. La mesa en que nos encontrábamos, medio escondida tras un biombo y situada cerca de la cocina, con dos velas de extremado grosor y buena altura describían a la perfección la sensual complicidad. Dos velas remarcando ese centro de redondez que ofrecía amparo a nuestra cena. Dos velas, hipnóticas, decorando el rincón igual que alimentando la velada; su luz, tenue, confería a nuestro encuentro un toque de particular invisibilidad a la vez que nos regalaba un continuo de guiños anaranjados y amarillos, cuales, como voz, proclamaban que el romanticismo y la seducción eran los reyes absolutos de este presente de ocio y de juego.

***
Aunque el local se encontraba repleto, tú y yo manteníamos la propuesta morbosa y antes ya confesada. Albergábamos esas pequeñas notas de exhibicionismo que se intuye en cualquiera y mayormente se esconde. Queríamos delinquir inocentemente y exponernos a ser cazados. Queríamos posicionar donde se debería a la vergüenza. Queríamos sentirnos como aquellos jinetes del lejano oeste que cabalgaban siendo forajidos sin temer ser delatados, descubiertos o apresados. Queríamos repartir intimidad para que ésta extraviara la definición que le corresponde y quizás supieran otros al respecto de cuántas delicias se disponen dentro del placer que nos dispensamos.
Giraste tu cara permitiéndome observar tu perfil derecho. Tu rostro, lo contemplase desde donde lo contemplase, sostenía los rasgos proporcionados con los que describiría numéricamente a la belleza; deslizaste las tirillas de tu blusa sedosa mirándome de reojo, dejaste a ésta que se descorriera hacia abajo, sensualmente, cayendo desde tus hombros, sonreíste para mí, no vestías sujetador. Me mostraste una de las no pocas obras artísticas que resguardabas. Supiste ser diva y modelo. Supiste complacerme. Pude deleitarme con la majestuosidad de tus senos duramente erguidos y descubrir cuánta era la excitación que se daba cita en ambos pezones al arquearse ligeramente ellos ante la tensión libidinosa.
Repasaste tus labios con la puntita de la lengua al tiempo que acudía espontáneamente a la cita una mirada que penetraba traviesa y siendo un brindis por la lascivia. Aunque calladamente gimieras, te oí, sé que dichas vocales perduraban en el ambiente, eran todas sólo para mí. Bien sabías que mi mente revoloteaba excitada y mi sangre hervía casi al punto de conseguir que saltase la tapa, hervía al codiciarte. Tus curvas, de cintura para arriba, provocadoras, apetecibles, insinuantes. Tus volúmenes, tentadores, atrayentes e incitantes.
Garantizo que tuve que refrenar repetidamente mis manos, volviéndome ciego, y soliviantar el ardor de mis pensamientos, evadiéndome por momentos hasta la edad de la glaciación, para impedir que mi animal se avalanzase a disfrutar del manjar que se le presentaba, que cometiese el mejor de entre todos los actos benditos… Esto era lo pactado para el día de hoy como divertimento. Guardó, para más tarde, su hambruna de placer y conquista, mi pieza invasora. La llave onomatopéyica quedó metida dentro de su bolsillo particular… a la espera de humedecer y abrir la suerte de una cama insomne que reclamase abejas polinizando fantasías y liberando sueños.

Veintitrés minutos

veintitrés minutosCasi desnudo -simplemente vestido con la luz que amadrina a esta media tarde-
Recorro el pasillo, descalzo. Cruzo la puerta y quedándome a un solo paso, ya traspasado el umbral, puedo contemplar como una fuente de placer secuestra la frialdad de la estancia para proclamar que merece la pena extraviarse dentro de los juegos variados de la piel y la carne.
Contemplo como tus dedos puntean y van deslizándose pausadamente desde tu ombligo hacia arriba, hasta saber que ya se encuentran en el punto exacto donde pueden pellizcar tus crestas sonrosadas (siento el calor en mi pecho, como mis latidos pierden su compás habitual y algunas de mis medidas cambian de imprevisto desconociendo la paciencia).
Te miro. Te veo disfrutar y es cuando soy envuelto por un halo conformado con norias, montañas rusas y tíos vivos.
Presumo de intuir como rebuscas una gota de sangre y presiento que para nada te apena la humanidad complaciente. Buscas esa gota mordiendo tus labios y cambias de ellos su tono igual que aceleras sus pliegues. La buscas, mientras tus piernas, con sus rodillas juntas -diría que casadas- se muestran modelicamente cruzadas, moviéndose sujetas al arte de la sensualidad incitante le procuran agradable fricción a tus pétalos secretos y a tu semilla. (Te sé preparando el jugo que… o bien beberá mi sexo o adornará con figuras insospechadas nuestra cama).
Mirarte satisfecho y verte complacida, atendiendo a un solitario capaz de transformarse en una partida de dos exenta de disgustos y de riñas. Te entiendo desentendida del rubor y la vergüenza. Te observo deseosa apretando la botonera y desarmando la palanca del freno de ese ascensor gratuito que ha de llevarte directa hasta la cumbre.
Contemplar… como te escurres sobre aquella seda sirviente y suave que al recoger todos los lados del juego afirma que nunca se arruga.
Me encanta presenciar como te descuidas, ligera, hasta conseguir perder las razones coherentes y las virulentas dentro de un sinfín de movimientos expresos para la ocasión. Tu cuerpo define el placer, es poseedor de él y lo deletrea hasta desacreditar entre espasmos definitorios los tantos nombres y títulos que ajetrean la memoria bajo el peso de los años. Tu cuerpo resuelve un dilema cuando evidencia que significa en realidad «vida conjugando vida» y es entonces que conoces y conozco cuales son las tablas que veneramos hasta el final de nuestros respectivos libros, esas donde está claramente escrito la desaprobación de los arquetipos y donde se le da el visto bueno a los tantos pecados que esperan siendo divinos.
Yo, de pie, tú estirada y de costado, regalándome una mirada y una sonrisa; sabiendo que cuando queramos disponemos de una lima para serrar las jaulas y quitar de nuestro paso trabas y rejas.
Que menos que decirnos «besos siempre» y «mejor ahora que luego».

Por detrás

reflex filtratSé acerca del tesoro
que guardas bajo llave y contraseña.
Acerca de aquel sentir
que saluda a mis apetencias
desposado con el origen,
bañándome con olores;
placenteros y nativos.

***
Acalorada.
Apetitosa hasta repetir.
Escasa de ropa… pinzas la colada
leyendo el balanceo
de las cuerdas del tendedero.
Tu espalda decide dialogar conmigo
mientras tus caderas y cintura
se sientan -para quedarse- sobre mis ojos.

La luz labra camino; inunda
escogiendo tu piel como cobijo.
Tal brillo dispuesto en ésta
-piel versada en dar calor-
que sopla y sopla burbujas
avivando mi imaginación.

Resulta imposible
recuperar la libertad de mi mirada;
goza atrapada,
goza refugiada en tus curvas
y sin escape posible.
Intuyo la sima
y propiamente exclama
« soy, para los hombres ¡divinidad! »

A contraluz
queda resaltada tu silueta,
ella susurra, provocativa,
y la sensualidad que cabe en tu dorso
cita al onirismo para que converse con la realidad.

Aproximándome… la luz es maestra
delimitando con exactitud
donde se encuentra el circuito correcto
que mis dedos deben recorrer.

Escasa de ropa.
Brotes de vida contemplo
ante este apunte exuberante y sexual.
Con el respiro agitado,
te beso la espalda y deletreo las nalgas,
acaricio tus hombros con lentitud
y mi lengua recorre tu cuello
sin querer tocarte,
respiro en tu oído y descuento léxico.
Compruebo que existe un fuego incandescente
capaz de acercarme a conversar
-a un mismo tiempo-
con la tentación y la espiritualidad…

tú dispones de él.

318-omu G.S. (bcn. 2015)

De frente

De frente.
Te miro y sonrío
mientras te subo la falda
y rompiéndote las medias
aprieto con mis dedos
tu colmo placentero.
Muy cerca y de frente.
Te toco,
te miro y sonrío.
Impregnándome de tu piel
saboreo tu carne;
la punta de mi lengua
recorre lentamente el largo de tu cuello,
y aprovecho este momento
para susurrar donde encontrarnos
y gemirte perdiciones.

(Declaro ser rehén de tus encantos:
candil encendido despuntando deseo).

Mi fuego está
-de visita-
tensado por la temperatura
y dentro.

Te quiero lo mismo que el bandido a su guarida.
Quiero que me aproximes la lumbre.
Quiero verte trotar
y sentir que eres mi leño.
Quiero recordarte como agua
y sin pensarlo ni un instante
incendiarme a tu verita sin dudarlo.

Ahora ¿cómo?
siendo dos sumamos uno.
Sólo juntos somos un mundo preñado
repartiendo tentaciones…
estallamos a la par
y consigo comprenderlo.

318-omu G.S. (bcn. 2015)

Con «D» de deseo

Contemplo -soy un voyeur; un ser que se recrea con la infinidad de maneras y formas que convienen como erotismo sutil y sublime- Observo, desvergonzadamente, los sensuales movimientos excitantes -bandera del trópico- que derriten glaciares, los mismos cuales rezumando lava expeditiva se disponen como talismán valioso y caliente.
Perdido, a propósito y con gusto, dentro de esas justas proporciones femeninas ¡solo tuyas!, que comunican, paso tras paso, con voz corpórea y exclusiva » Dios existe… De seguro vendrá más vida» dicen entre rítmicos contorneos cuales imantan hasta a la madera al corregirle su serenidad, además de aportarle a mi corazón de simple hombre, aquella taquicardia que despierta adormiladas varitas mágicas al librarlas de la fantasía inconsistente, crecida y sustentada a base de sueños irrecordables y del apocamiento e insulso letargo alejado de los placeres táctiles y de la multiplicación que estriba en la aceptación de una sexualidad libre con sus mil juegos.

***
Te conozco; tribal y cosmopolita: fusionada. Retraída y soluble: mixta. Vestida con la desnudez políglota que no perdona expresión ni palabra. Te conozco; redonda, mimosa y acogedora. Devoradora e insaciable pero acertada y comprensiva.
También te conozco, medio arropada por esa timidez que nos recoge dentro de un pequeño habitáculo y nos torna mudos. Así como medio arropada con una elegante lencería que, bien escogida, denota tu clara tendencia a la sencillez, por la inclinación que sueles sentir hacia los colores lisos, igual que por escoger la transparencia que deja entrever, que poco tapa, la cual me lleva a acuchillar a mi paciencia hasta matarla —los encajes y el colorido alborotado de los estampados, ya me hiciste saber que te empalagan—.

***
Al ser tu cuerpo una llamada que incita a avanzar y hasta incluso quemar los veleros… Playa tentadora donde se alterna el ejercicio y el descanso con grandes dosis de olvido, es por ello que te desvisto, para leer tu agenda al completo.
Te desvisto; antes, durante y después de la cena, para caer en la invitación de lamer tu piel sin dejarle costado. Para agarrar tu cintura y saber sobre la humedad que albergan cada uno de tus poros. Te agarro, con pasional fuerza de apriete, y mordiéndote el cuello te huelo la espalda y ensalzo, satisfactoriamente, hasta rasgarle la virginidad a tu negación. Logro penetrarte porque me permites —iría atrás si no fuera así— penetrarte tras levantar esa pierna derecha —última traba— que se procuraba vergüenza y persistía en serle fiel a ese inútil pudor, que delimita fronteras cuando marca cómos o fechas (más tarde pudimos confesarnos: nos susurramos al oído que no podríamos habernos sentido completos sin entregarnos a la fricción y al golpeteo que ya no precisa de ninguna demanda).

… Todo esto, en ocasiones, soy capaz de lograrlo sin necesidad de tocarte; imaginando despierto eres mía al tiempo que me entrego.
Tienes la capacidad de regirarme el intelecto, una y otra vez, logras que se ausente, expidiéndole un pasaporte le das viaje.
Puedes convertirme en un poseso. En un Baco vicioso persiguiendo a su ninfa preferida. Puedes pautarme remedio siendo doctora, recomendarme el desenfreno de la sangre: un bombeo que torna la flacidez en dureza, que te place porqué visita y le sirve a la del centro —cual se ríe, como energía, de la nuclear— a esa del centro de entre todas mis extremidades.

***
Cualquier gesto tuyo me atrapa. Dispones del carácter hipnótico que me empuja hacia un pasaje de sexo voraz y primitivo.

Mi suerte está en poder disfrutar de una mesa presidida por la sabiduría de tu sonrisa, tus noventa exactos de pecho y tus ojos color caramelo que ante cualquier propuesta de juego siempre afirman.
Te veo relamer la cucharilla; como al apretar tus labios contra ella, al comerte el postre, ellos, tentadoramente carnosos, adquieren mayor rojez igual que se pliegan rugosos. Los considero, al insinuarse provocativos, claramente cómplices del más tarde carnal, sudoroso y humedecido que nos dará cita.

Percibo como se hinchan mis ganas al estar próximo a ti. Estas ganas son semilla que al centrarse en la dicha rebotan dando procreación —dos recipientes ovalados contribuyen, no contemplan retenerse, piden y piden con la justa demora— piden ya vengan los compases eléctricos junto a la explosión…

Pintura surrealista de "Till Rabus"

Pintura surrealista de «Till Rabus»

Como una fuente de obsequios


Bríndame tu carne, deja que me proporcione tanto el agradable agotamiento físico como la sensación a victoria.
Sepas que eres mi partida preferida. Me apetece, junto a ti, imprimiendo un justo y variado movimiento, empujar tu cuerpo y hacerte correr como a una ficha… repetidamente. Ante tal juego decido optar por el empate, para que se alargue este tiempo compartido en un baile de prorrogas.
Envío al explorador perfecto a recorrer tus paisajes y profundizar en tus cuevas. Consumo, soy adicto de las drogas que emanan desde tus pozos; adoro tu química. Adicto que prueba las sustancias que albergas y alargan la vida.
Realza. Dale verdadero énfasis a mi vestido de hombre, recórtale su ridiculez y precísale buenas medidas.
Consúmeme, y mientras lo haces… consigue que me reconozca como esa parte exacta que te completa.

Promesa de pieles

Aprieta mis nalgas con tus piernas.
Tutéame.
Golpéame el pecho.
Abraza la testosterona que desbordo.
Acaricia mi nuca y huéllame la cabeza.
Afinemos conjuntados nuestros timbres.
Desatemos los nudos complicados
que entorpecen los respiros
y encartonan el alma y los pulmones
estrangulando tantas ideas
y restándole voz clara al cuello.

Muérdeme ambos lóbulos.
Señala tu paso
¡registra!
sea evidente tu rastro
al reseguir la saliva.
Son deliciosos los jardines,
de tu palacio, virgen, mujer y ninfa.

Dale marcas.
Tatúala a base de instinto.
Dibuja. Mapea
a fuerza de arañazos mi espalda
e indícame el horizonte;
sírveme de guía.

Convierte en jadeos el silencio.
Cuéntame con gemidos.
Es hora de apartar
y renunciar de los diccionarios;
haz absurda la lógica y haz antiguo el sentido
de cualquier razón o palabra;
acude la verdad primaria
para marcar su obsolescencia.
Suéltate el pelo y cabalga,
sé amazona y sé yegua,
entrégale a mi tela tu trama.

Disfruta del pálpito acelerado.
De los olores con sal
y también afrutados.
Del sabor caluroso y a pieles.
Del roce que te lleva a subir escalones
y del himno adosado
al frenesí complaciente.

Preséntate vital y tierna.
Sé loba impúdica
entre apuntes decentes.
Acude con tus movimientos
para rebatir el significado de las guerras
y concederle, al amor,
un lugar preferente en la tabla.

Desdobla placeres
que estaban guardados en viejos cajones.
Incrementa ilusiones
y que aletee primando la esperanza
¡ pulso y vida !

Me adentro (despacio. De a poco)
descubro rincones embriagantes,
volcanes por explosionar
y tesoros que sobrepasan con creces
el valor de los diamantes tallados
y el oro con sus mil caras.

Me permites.
Tomas y te entregas.
Gozas en extremo
al sentir que cazas,
cuando te regalo mi presa…
Cual juguetea
tanto con suave fricción (paño de seda)
como con el duro embiste
de marfílea memoria;
te arrodillas ante esa combinación penetrante
que desentraña fieros trabalenguas
mientras al edén te transporta.

(Pendula la manzana y sisea la serpiente,
ambas hablan prescindiendo de tabús
y fuera de prohibiciones,
sin complejos ni manías)

Ya alcanzas el estallido sublime
portador de aquel sudor agradecido
que viene acompañado de inmejorables elixires.
De brotes maduros cuales humedecen
sendos sexos y entrepiernas.
Que avivan al legionario extraviado y moribundo
y asesinan al tiempo contestatario
con su luminosidad despiadada.
Que deletrean ambientes únicos
al decorar con acierto los espacios
e inclusive cantar, teniendo alma,
una romántica balada.

Ya mojan, delatando el trajín,
breves sustancias afrodisiacas.
Tras concebirse la electricidad
en suelo y cama;
usándose el punto y la coma,
la exclamación y el acento,
  un par de paréntesis,
y, como no, alguna raya.
Quedando como digna impronta una señal,
para envidia una evidencia…
Unos cuantos corazones líquidos
sobre un par de cojines y nuestras sábanas.

318-omu G.S. (bcn. 2014)

De dos: una voz


Ahora ni una palabra vierte mi boca; dicen mis ojos, te hablan y piden. Descarados; como tramoyistas descorren el telón y abanderan al deseo —auspician el punto justo de lascivia cual es capaz de avivar las lenguas adormecidas—.
Tú aparcas toda vergüenza; la timidez, apocamiento y fragilidad que otros, fruto de su desconocimiento, te suponen, y te preguntas hasta dónde me permitirías… y te respondes «lo que te entregue, quede sólo para ti». Yo rememoro e intuyo —antes ya obtuve tus placeres, los conozco— luego, de seguro, ya encontraré de nuevo tus paisajes sobre la mesa.
Apuesto por ti: sé que apartas de las vías los cedas, los prohibidos y las limitaciones. Sé que te prestarás a darle libertad a mis demandas, que accederás a concederme, en todas sus posibles formas, la savia que salvaguardan tus montañas y tus sanadoras y revitalizantes propiedades marinas. Contigo merece la pena sumergirse y nadar.

 

Escuché: Entre sueños le confesaste a mi vigilia y a tu almohada, cuánta es la perdición que te sabe a gloria dentro del juego, que sólo negárteme sucedía para, invocando al animal, soltar de las cuadras su embiste; liberarle de su espera paciente-impaciente, y que éste, contigo jugueteara presumidamente erguido. Bien conozco, que hay veces que precisas de un vendaval para que, lleno de ímpetu, éste te arrastre con su carácter sorpresivo. Bien sé… que si persistiera por mucho tiempo la brisa suave, quedarías adormecida.
Rememoras días, dándote cuenta que conoces con precisión los enseres, amuletos y planos que protejo dentro de mi cofre humano-sagrado —hace ya algún tiempo que dejaste de jugar a los dados y a la ruleta, que tu ocio y placer no depende de ninguna apuesta que devenga ruinosa o te aporte victorias inciertas.
Mientras le susurras a la noche deleitas mis oídos: me delatas como poseedor de tu fusión predilecta… Repites con ganas, tomas y tomas de mis cócteles: De ese sexo —de dicción lenta— que consigue alzarte de a poco, frente al que se planta, creyéndolo como irrenunciable, cualquiera de tus trozos; el cual te sorbe y, repasando cada centímetro, te lleva en volandas hasta la cúspide donde solamente persiste un eco embriagador.
De ese sexo desmedido que es capaz de aunar sentimientos y así calzar hasta el porte romántico. De ese sexo explícito que te cuenta acerca de tu mucha valía: te hace saber que eres, con su dicción universal ¡insustituiblemente importante!. No una vacua simpleza que se utiliza por interés puntual. No un dibujo hecho con apetitosas curvas y atractivos colores, que aparece y se arruga y se desestima y se rompe. No un naipe, en partida de póker, del cual uno se desentiende en descarte.

Todavía no soy capaz de describir por completo, mediante el vocabulario que conozco, tu magnitud. Quedo a medias pero sabiéndote…

318-omu G.S. (Bcn. 2014)

Preludio

mujer desnuda recostada con las piernas dobladas
Frente a ella. La miro y recorro su exuberancia. Contemplo esas curvas que son delineadas por la carne precisa, la que le procura ser imán, al concederle una fragante atracción que asoma con piel y cuerpo perfecto.
Me atornillo al suelo que piso, retengo mis impulsos; no quiero soltar mis riendas, no quiero abalanzarme. Quiero gozar retenido, controlando -sólo por ahora- a estas ganas que vendrán después incrementadas, siendo irrefrenables.

Su vestido, blanco de fondo y estampado con diminutos motivos florales de tonos cálidos, permite casi perfectamente mostrarme el largo de sus piernas ya bronceadas; esbeltas y seductoras.
Observo el final de su vestido a un palmo por debajo de su pubis, alcanzo a percibir hasta los detalles imaginativos con que adorno su sexo al depilarse, ¡sé de su creatividad!.
Puedo leerla y saber los pensamientos obscénicamente puros que alberga, que protege creyéndolos secreto -son deliciosas sus fantasías-

(Ella dispone de una llave maestra que abre mis deseos)

Ella me mira fijamente -grandes pero algo oblicuos sus ojos- sus ojos cuentan sobre la insinuación. Sostienen el abecedario completo de dos bocas, cuatro manos y dos sexos alineándose en cualquier lado, comúnmente y por defecto en una cama.
Si tuviera que apostar, diría que al mirarme me desviste, palpa y araña mi único reino con la imaginación. Sonríe solicitándome complicidad, y… caigo irremediablemente en la trampa; sucumbo a la tentación de poseerla y entregarme.

Ahora SÍ. Me arrodillo ante ella y levanto del suelo su pie derecho. Desabrocho la pequeña hebilla que asoma en uno de los laterales de su zapato -zapatos negros y extremados, cuales alzan todavía más su sensualidad y hermosura al levantarla sobre un fino y estirado tacón- y acercando mi boca, perdiendo el recato, le muerdo con suavidad medida el último dedo y siento como se estremece y se recortan los espacios…

Seguro que poco más tarde ya estaré de pleno pegado en su red -inevitablemente- disfrutando y lamentándome del tiempo que he tardado en encontrarla.

318-omu G.S. (Bcn. 2014)