Pájaros y peces

pájaros y peces

Estampado de Amelia Pisaca http://www.ameliapisaca.com

Esas pequeñas cosas que nos extasían de forma natural; sonidos, aromas y sabores que tal vez solamente son reflejos… El don quizás está en poder ser capaces de resplandecer ante cualquiera de las ofrendas que nos otorga cada uno de los elementos existentes, disfrutar de lo que hay, sin ambición, ni deseo ni exigencias.
Podría ser un secreto compartido a voces, estaría bien reseguir las coordenadas que confluyen en una estación donde se aprecia el valor de lo dispuesto. Pero, cuántas son las veces que, sometidos a una abstraccion que tampoco consigue saciarnos, nos perdemos tantos tiempos repletos de exquisiteces.
Es como si nosotros mismos, por necios o ingenuos, recortásemos la vida, parece y diría que resulta evidente que no oímos mucho de aquello que se presta cercano y gozoso; somos incapaces de rescatar cantidad de colores que se ahogan o respiran dentro de un amanecer o de un atardecer, desperdiciamos mucha de la fruta que prende desde cada uno de los árboles que, a su vez, se nos muestran florecidos. No me agradaría perderme ninguna de las partes minúsculas que me hablan de la vida y su grandeza.
A cada instante escogemos mientras clamamos: esto me desagrada y aquello me complace, esto lo acepto y aquello lo rechazo, per ¿cabe qué la elección esté protegida por un estado de consciencia?

Pondré un ejemplo muy real, un ejemplo musical:
Si a un niño, desde chuiquito, le das a escuchar todos los tipos de géneros musicales, llenas su intelecto y su oído con interpretaciones clásicas, con funky, jazz, flamenco y rock… con todas las muchas que el hombre interpreta y ha captado, ese niño, cuando crezca, podra comprender y disfrutar el total de los géneros, los escuchará entendiendo sus ritmos alternantes y su potencia transmisora; tal vez al potenciarse una mayor receptividad se incrementará la conexión y, reafirmándose en el vínculo, aumentará se receptividad y entendimiento.
El niño, cuando niño, va guardando registros, esta tan ávido de conocimientos como de agua está ávida una esponja. Todo aquello que se le ofrece, lo reconocerá más tarde como algo suyo, íntimo y familiar, durante toda su vida. Estará mayormente capacitado para degustar placenteramente o utilizar cada una de las materias que se le presenten en su día a día.
El pez muerde el anzuelo, pues no reconoce el peligro que sujeta éste, tan sólo observa o intuye que está a su alcance un alimento; no es conocedor de la trampa que le aguarda. Los niños, son pececillos que nadan gozosamente sumergidos en un mar de vida; nadan receptivos por las aguas, ya fueran éstas, sucias o cristalinas. Ellos resultan ser los que muerden los engaños: los códigos inútiles, las normas estupidas, cualquiera de las trampas que la sociedad o su entorno más directo les presenta (incluso el bienestar que se le muestra e inculca cabe que sea la peor de las trampas) ¿en qué grado, después de tanta introducción, ellos deciden, nosotros decidimos como individuos con personalidad propia – que no adquirida- de manera consciente?
Los niños son engañados por nosotros los adultos que fuimos, a su vez -y tal vez seguimos- engañados. Los niños: blanco que es blanco. Lienzo y papel virginal, en principio sin mácula, ellos andan cargando con el peso de nuestros errores y las reglas y el entendimiento de nuestros ancestros, arrastran una manera de enfocar la vida y vivirla que quizás no es beneficiosa ni les corresponde, que no es suya, que es ajena. En un inicio todos somos sometidos sin disponer de la capacidad de escoger, picamos el anzuelo por desconocimiento, pero que ¡ay! lo triste es que se arrastren los pesos y las desgracias y las distancias y las renuncias y una realidad establecida ¡de por vida! sin nunca haber decidido lo que queríamos, sin jamás haber sido nuestra la elección.
El planeta está repleto de adultos que nunca encontraron su norte, que trajinan sus días entre resoplidos y asfixiados. Adultos que no saben acerca del placer que resguarda el trino de un pájaro o del fulgor que auspicia la noche al ser madre protectora de cada una de las estrellas.
Recorremos los días, medio sordos y mudos y ciegos, afirmaría que perdidos bajo una niebla espesa -mal informados- perdidos y desamparados.
Espero. Espero que de nuevo sea vertida la primavera, que los ciegos que no lo saben y son, ya de una vez, vean. Que los matemáticos apuesten por hacer sumas y multiplicaciones que mejoren el mundo, Que los ambiciosos gocen también del lujo del desprendimiento, pues ésto no equivale a pobreza. Que los mudos que quedaron tal cual por el miedo, dejen de asustarse y hablen y hablen. Y que los sordos de corazón escuchen por fin el silbido oxigenante de la vida, así reviviendo de una muerte que conoce los cinco sentidos y camina con piernas, al fín reconociendo la gracia que da placer y enaltece, cuándo uno se enrola en las filas de la solidaridad y de la empatía.
Entre todos podemos elaborar un elixir de la vida magnífico para darle a cada uno de esos pequeños seres que siendo hijos de la tierra pregonan con voz fuerte  que existe el mañana. A esos preguntones maravillosos y virginales que merecen recibir de nosotros una base que les alimente, base llena de buenas vitaminas y que contribuya a que ellos fomentes un hogar mejor para los tantos y tantos que vendrán.

Un pensamiento en “Pájaros y peces

  1. alba dice:

    La vrdad es que tienes un Space superinteresante y la selección de música, me ha gustado mucho.

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