-no se preocupe… tome____le di una moneda de dos euros
-¿con esto le basta?
-más que suficiente… Oye, sabes, cuando pasan los años, las telarañas desaparecen, te encuentras mas fatigado eso sí, pero miras hacia atrás y ves que has conseguido hacer el recorrido, que estas acabando, a punto de llegar a la meta. No te sujetan ni dudas ni temores. Ya estas al pie esperando el ascensor que te lleve.
Te estoy haciendo perder tu tiempo me parece. Igual tienes prisa.
-Me acuerdo mucho de un hijo que tuve y se me murió; de Antonio
-no piense es eso, no se me ponga triste. Hay cosas que ya han pasado y no tienen remedio.
lo sé… lo sé, pero era mi hijo, el primero de mis hijos, lo vi nacer y crecer. Luego tuve dos más, Elena y María, estupendas, esas mis hijas.
Ellas me adoran, se preocupan en que no me falte de nada. Desde que su madre no dejó, parece que sea su niño. Tienen miedo de que me pase alguna cosa mala.
-normal, ¿no le parece?, es de suponer que usted se a preocupado por ellas de la mejor de las maneras. Les ha dado todo aquello que les ha hecho falta durante años. Es normal que se preocupen
-tienes razon, si pudieran me agarrarían a esta vida para siempre. Son hermosísimas, si las vieras seguro que ambas te gustarían… y María todavía esta soltera, treinta y ocho años tiene… de tu edad diría que es.
-a ver si al final vamos a ser familia
-pues mira que te digo… ¿como te llamas tú?
-Diego, me llaman Diego, para servirle
-Diego ¿quieres venir este sabado a cenar a mi casa?
pero… por un instante me quede asombrado con la propuesta
-Sebastián es mi nombre
-me encantaría, Sebastián, pero como se atreve a invitar a un desconocido a su casa… si no me conoce absolutamente de nada, a imaginar si quizás podría ser un loco desalmado o un peligroso delincuente.
-conozco el brillo de tus ojos y con eso me basta… ¿vienes entonces?. Te doy mi telefono y te lo piensas, de hoy; miercoles, al próximo sabado, tienes días para decidirte. Además le diré a María que venga también, así os conocéis.
Que satisfacción sentí por el ofrecimiento de aquel hombre. La propuesta me apetecia, el hecho es que siempre pensaba en la posibilidad de que cualquiera fuera capaz de brindarle su casa a otro, aún sin saber de él, sin conocerlo.
Tenía la sensación de que ese hombre ya había perdido hacia tiempo sus miedos, y así, con dicha invitación me lo demostraba. Pronto reconocí que podia aprender mucho de él; sabia que Sebastian con ese cordial atuendo, el de su vejez, escondía a un gran y hospitalario sabio.