Parte de mí

  Y lo vi creciendo; verlo desde cuando sus bracitos apenas podían levantar su pequeño cuerpo, hasta el ahora en que cree disponer de la sabiduría para ni tener que escuchar y atender a las razones que sus mayores le mencionan.
Pasó de esos provechosos agrios eruptos, del recostado en un cochecito o del ir prendido sobre el pecho de los que lo atendían, a unos primeros pasos en los que zancadilleándose casi caía. De sus rabietas por querer compartir la cama con sus padres, lloriqueando hasta agotarse, a desear compartir cama, besos y sexo, con la chica que campanillea sus entrañas. Dejó sus cincuenta centímetros, para medir casi el metro noventa, del mirar de abajo a arriba, a mirar desde arriba hacia abajo.
Escupió en mi cara papillas de frutas, frutas que ahora tampoco come, al faltarle tiempo para perderse a buscar lo que la vida le brinda. Le puse pañales limpios, aseándole, mientras él carcajeaba, al hacerle, en su vientre y en sus piernas, pedorretas. Le oí balbucear sus primeras palabras, escribir sus primeras vocales. Hoy, cuándo le pido consejo para que me traduzca por escrito un idioma que yo no aprendí en su momento, le salen carcajadas al creer, que yo tendría que saber lo que él ha aprendido al vivir en su tiempo.
Creció creyendo en los demás; y ahora es cuando advierto, que él empieza a tener presente el que no todos los demás creen en él, que hay barreras invisibles que nos separan a los unos de los otros. Advierto, entristeciéndome, que esta sea la más triste realidad que nos pertoca
Antes, él, sólo preguntaba esperando le diera respuestas. Ahora, no es capaz ya ni de escuchar las respuestas que antes te preguntaba.
Maneja su vida con respeto, pero al querer gustar, posicionarse en un entorno, pisa rozando descuidar aquellos valores que, desde siempre, en su más hondo tiene y tuvo. Se aleja, descuidadamente, de la firmeza que cuando más niño tenía para rechazar o aceptar lo que sabía saludable, se sumerje en concesiones que sólo le aportarán dudas.
Prueba en encontrar el alivio en ancestrales remedios que tan solo tendrían que ser tomados de manera puntual; cree que le dan la seguridad suficiente, como para atreverse a lo que por naturaleza se tendría que atrever. Cree tener derecho a entrar en el club de los que experimentan, de los que se equivocan.
Esta en esa época de la vida en que se piensa o se siente que la sensibileria es de poco hombre, que las lágrimas tienen que caer, a escondidas, rodando por las mejillas de alguien. En esa época en que se necesita demostrar a los demás lo que uno vale, en que se necesita una reafirmación constante de la valía de uno.
Así, reconociendo su actual etapa como por la que yo mismo pasé, sé que está dando los pasos en los que descubrirá, a la corta o a la larga, quién es; y espero que al descubrirse a si mismo se acepte, y no rehuya la tarea que tiene consigo mismo por hacer.
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Reconozco en el amor hacia un hijo, en la mayoría de los casos, el amor más altruista que un hombre puede sentir. No esperas nada a cambio por lo que das, lo ofreces todo sólo para satisfacer las necesidades del otro ser, sin esperar ser compensado más tarde. Vas entregándolo todo para satisfacer a la persona y al crecimiento de otro, sin cuestionarte si merece la pena hacerlo, sin preguntarte si te resulta gratificante, pues de buen seguro lo resulta, llena y complace.
La contraseña quizás podría ser en las relaciones humanas de manera general… «yo me preocupo en que a ti no te falte de nada, que tú te sientas bien, y tu haces otro tanto de lo mismo conmigo». Vaya si estoy de seguro que… ¡¡¡estoy por tatuármela en la frente!!!!
          

¡viva la comunicación!

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