Aunque la muerte vierta la noche
cubriendo los colores con su mantilla,
y adormecido, sufra el letargo,
quedando amargo el sabor del día.
Al recibir, de visita, a esta áspera muerte,
la que acude, acercándose a mí, como vigilia.
Hasta que ruede la última de las lágrimas
desde las nubes o por la mejilla,
o difuntas, inertes yazcan todas las risas,
en un seco desierto, sin boca alguna.
Hasta esa misma hora y sin cesar,
escribiré con mis labios,
un plácido y enorme te quiero.
Dejaré, para siempre, la evidente constancia,
de mi amor desmedido sobre el cielo.
Porque por amor
las flores negras rejuvenecen.
Porque por amor
son inundadas de luz las estancias,
habitaciones, otrora vestidas,
de frialdad promiscua,
de claridad, completamente vacías.
Mientras mis brazos puedan estrecharte,
ahora que, todavía mi aliento,
sorbe y sorbe la vida,
y que mi voz resuena aún humana,
junto a mis pies camina.
Hoy, que la luz se atreve a posar,
a confesarme las medidas,
descalzo piso la hierba;
y desabrochándome el pecho,
ensalzo mi corazón y entrego
con gesto sincero,
cuando lo poso encima de ella.
Para que el sol pueda saber de él y contemple,
como infinito se extiende
este te quiero sentido,
el excelente vibrado,
la paz que deviene brindada,
cual me otorga tu compañía.
A través de los siglos,
de civilizaciones y culturas,
que aseveraron el valor del amor
proclamando y extendiendo su inmensidad,
a lo largo y ancho del universo.
Amor simple, y por simple honesto,
tan honesto y simple; como ¡verdadero!.
Como esta mano que os dice.
Como esta mente que dice sintiendo
Como este corazón,
que aquí me dicta y cuenta.
Continuo… sin comas ni guiones,
ausente de suspensivos.
Este te quiero es un gimnasta,
es un hábil herrero,
que con dedicación,
en su cálida forja fragua versos.
Como gimnasta del amor,
despereza con sus flexiones,
a los interrogantes vuelve;
excitantes y firmes exclamaciones.
Por nombre, mi soliloquio se llama:
simplemente te quiero.
Un te quiero seguro,
omnipresente y viajero;
cáliz de mis actos.
Que reparte salud al echar su suerte.
Cual como lámpara ilumina
bordeando a la muerte,
la transforma y quita pesadez,
en sus hostiles tierras vida vierte.
Cercena la incomprensión de los fines,
procura el entendimiento del vivir eterno.
Mientras la palabra distancia le suena a herejía.
Atento, igual quita años que arrugas,
al ser cuando envejece.
Mi amor tiene hogar,
un lugar,
pues el tiempo le reserva guardando
desde siempre un espacio.
318-omu G.S. (Bcn-2012)