He de reconocer que me agrada vivir,
que me gusta ser hombre, caminando imperfecto,
y no me satisface más equivocarme
que acertar tras dudar
o por mi inevitable debilidad
tropezar y pecar continuamente.
También me honra como simple hombre;
tener mente y pensar
y corazón y sangrar
y tener boca y reír
o con mis ojos hablar.
Sincero, he de confesar
que, ante todo y como muchos,
al recorrer esta senda,
admiro, busco y descubro,
pero siempre procuro regalarme
el mayor de los gozos al andar.
Incluso acepto ser crucificado,
si es que con ello,
llenase el zurrón de motivos
para prolongarme más allá de esta vida,
así alcanzando a admirar,
hasta la esencia y la faz, (sospechosamente vivaz),
de la tránsfuga muerte
que como buena y experta hilandera
trenza infinidad de hilos continuos.
Me apetece y elijo ser consecuente,
quiero avanzar y aprender,
tendré tiempo suficiente
tanto para arrodillarme a suplicar
como para sentirme Dios y brincar
traspasando el umbral de condenas o perdones.
Aminoro mi ritmo frenético.
Dispenso a mis riñones y espalda
de innecesarias labores,
y por supuesto a mi mente,
de la inútil carga con que suele asociarse…
que pesada se le impone a la muerte.
Supe hallarle razón.
Deje de omitir y negar
su contribuyente deambular,
-plañiré lo preciso en cada despedida-.
Ella resulta sabia dama que mercadea prolífica,
repleta de garantías auspicia futuros.
Abona consistente. Aunque se intuya infranqueable
o asome aparentando ser sólo etérea.
Yo decido prestarle atención
a sus variopintas maneras llenas de sentido.
He de reconocer que me encanta vivir;
ya se personalice mi existir
o saboree los tantos manjares;
viviendo desleído; como parte del resto.
318-omu G.S. (Bcn. 2014)