Creo en el aliento que da
cualquier grito amoroso,
ya se vistiera de mujer y compañera,
de inseparable y leal amigo,
de vecino atento y solidario,
o con la sangre y el símil
que evidencia la presencia
de un ser hermano.
Creo en los abrazos y en los besos
y en la complicidad de un guiño.
En un Dios compuesto por minúsculos detalles
que ante los ojos poco observadores
asoman insignificantes.
En un Dios que no pretende personalizarse
bajo una imagen concreta
ni aferrarse a ningún nombre que le ate.
Creo en uno tolerante, poco intransigente,
que no impone ni relata reglas estrictas.
Ni tampoco necesita sacrificar
a nada ni nadie
porque apareciera con una forma determinada
o por ser imperfecto y tropezar infinitamente
o continuamente equivocarse.
318-omu G.S. (Bcn. 2014)