… y el banquero cedió al impulso de la confesión. Con una de las manos dentro del bolsillo de su pantalón -hecho a medida por un sastre que tanto cobraba que servía a pocos- y en la boca un enorme cigarro, le comento a su partener, hombre de leyes y a la vez político:
-de los obreros sólo hablen el sudor y sus músculos, acepten lo que se les da ¡ni reclamen! ¡ni piensen!
Agradezcan el pan y ese techo, si es que tuvieran, que les permitimos, el cual les cobija.
El valor de sus vidas viene determinado por su capacidad de esfuerzo y nuestros máximos beneficios.
Los obreros cabe que perezcan habiendo remedios que les salven; ajustemos su número al triunfo de nuestra ambición. Escondámosles los comodines de la baraja amañada que les presentamos como válida y pulcra para jugar la partida.
Tratos y tretas.
Guiños a escondidas
y manos que se estrechan
en los palcos o por los pasillos.
Falsos discursos y trapicheos,
bla… bla… blas cargados de hipocresía
que vomitan muerte;
¡ hacer de trastienda !
Intereses y exorsiones.
Chantajes. Cartas anónimas.
Leyes retocadas según convenga
para lograr acuerdos nauseabundos
que hacen persistan
el hambre y la enfermerdad
junto a la miseria.
Perdones injustos
que acaecen como amnistías absurdas,
son el ejemplo indudable
de que desde las altas esferas
dan el visto bueno y hacen
apología delictiva.
Grandes beneficios clasistas que perduran
estando a la orden del día
demostrando que no ha muerto la picaresca.
Hurtos y estafas
cuales se prolongan en el tiempo
aun habiendo claros culpables
que disfrutan de su libertad
sin pagar condena.