Tantas veces me encontré con mi propia bestia, que acabé por descubrir, paulatinamente, sus debilidades… Ahora me cuesta bien poco negarle el paso, abatirla cada vez que, implacable, asoma con su fiebre y su áspero pelaje, cual magulla simplemente con el roce, incluso cuando la pretensión de esa bestia sería lograr autoapaciguarse y hasta ser mimosa, enarbolar un apunte cordial.
Ella, ya, es tan… pero tan previsible ante mis ojos, que me suena a risa difuminar su visceral grandeza ¡vencerla!
Ella es unidireccional y cansina, siempre embiste de la misma manera, vive sujeta a la falta de creatividad que le procura el hastio y la derrota. Padece de una enfermedad que comporta la ira irrefrenable que se vuelve contra quien la sostiene y las consiguientes jaquecas y úlceras. Acarrea, por defecto, el enfrentamiento sin contemplaciones, la piedad no la sujeta ninguna de sus normas. Se posiciona fuera de cualquier sentimiento de amistad o familia. No argumenta ni dialoga cuando aparece, solamente arremete con furia incontenible y arrasa toda paz posible; como haría el peor de los vendavales con natural solvencia.
Mi bestia es única pero se pasea repetida. Resuena como bíblica; diría que es uno de entre los muchos 666.