Por siempre asido
al cordón umbilical
que dándome nacimiento,
me orienta frente al camino
y le regala sentido a mis recuerdos.
Derritiéndose sobre mis vivencias:
aquel mirar
de amor sin cambio; de polen y pétalos;
la claridad de tus caramelo
¡dulzura almendrada la de tus ojos!
la cual puedo preservar de la lejanía y del envejecimiento…
hasta que empuñe sólo a mi alma como herramienta
y seamos nuevamente uno. Uno. Uno. Uno;
atrapando la verdadera dicha de aquel nacer
que se desentendió del morir por completo.
Jamás -de neonato o de dejar de existir-
fallecerán tus guiños cordiales;
los días pasan duplicando crepúsculos
e imparables se mueven tus pestañas.
Tantos consejos surgidos desde la bienaventuranza,
por tu ternura -hoy pletóricos y vigentes-
lograron perpetuarse como potente lumbre;
afrontan la reconversión de las galaxias
y el ruidoso trajín de las centurias -chasquido de dedos-
desligándose de los fatales y la opresión de la materia
y de las lecturas depresivas
que, deambulando cercanas al finito irresoluble,
hablan del adiós definitivo,
adjuntando como firma tétrica, la fachada de la muerte.
Confieso que… al contemplar el cielo,
consigo verte dentro de un gran rebaño luminiscente.
Todavía oigo tu voz.
Sé que nunca te fuiste.
318-omu G.S. (bcn. 2015)
Has hecho un poema muy bonito a esa madre que siempre permanece en nosotros -aunque se haya ido- pues el cordón umbilical que nos une a ella jamás se rompe.
Saludos!
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Existen lazos insustituibles; debemos estar atentos y no desperdiciar los instantes que se nos presentan… mañana puede equivaler a tarde.
un saludo
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