Repitió tantas veces «te quiero» sin sopesar su contenido, que trastocó el valor dispuesto en tales palabras.
Prometió enlazar, su mente, corazón y manos, con cada vocablo pronunciado por el amor.
Pretendió comprender las respuestas que giraban en torno al mundo. Arrimarse hasta hacer suyas las cuentas ajenas pendientes. Cuidar el descanso imprescindible de los seres próximos y respetar la vigilia y movimientos de estos mismos. Procuró convertir en visibles las ilusiones y promesas que vagaban solas entre dichos. Incluso caminó a deshoras en pos de hallar los mejores versos de Cupido -siendo suma extraña; cuando los hombres pierden razones y estampa- buscando efluvios contemplativos allá donde se extravían los minutos y segundos.
Pero, sopló el destino para sus días una tormenta enrabietada: la inseguridad derribó extraordinarias obras de arte, destruyó cosechas que hablaban acerca del esfuerzo, dobló las piernas impidiéndoles dos pasos, preñó de dudas y de ruina; vertió, el fracaso.
Se creyó preparado para recorrer el trayecto que suponía inacabable. Apto para traspasar límites preciosistas y fantasiosos. Apto para cruzar umbrales tras los que se recoge la fortuna imprevisible. Se prestó dispuesto a juguetear con un sinfín de esferas y exprimirle el zumo a cada una de las estaciones. Se presentó dispuesto, ante la eternidad donde el espíritu revolotea común mostrándose elocuente, donde las almas poetizan gemelas ausentes de réplicas y monotonía, donde los cuerpos resuenan dignos y corretean desnudos así como justamente humildes.
Confundió -por poco tiempo- la necesidad de compañía con la verdad amatoria que se prolonga tras sonrientes corazonadas. Desenvolvió nacer de amor pero no podía preservarlo, se perdía, iba tornándose borrosa dentro de sus días, se difuminaba.
Tardó en reconocer sus propios enigmas y dar contestación a sus peculiares interrogantes. Tardó en atreverse. Tardó pero lo logró; al fin dejó de esconderse. Miró detenidamente al espejo, buscó pequeños detalles y ganó un libro abierto al reconocerse como retrato y perder un pedacito de esa ignorancia maldita.
Hoy, solamente baraja naipes con tréboles de cuatro hojas mientras le corresponden, poniendo sobre el tapete, un seguido de sentimientos; confianza y corazones.