Como libro en mis manos,
cada hoja de los árboles:
suavidad labriega, que agudamente silba
y me inspira y me ilustra cuando cuenta.
Hojas que, como trapecistas expertas,
resisten la agitación.
Jóvenes y atletas (algunas),
con un tallo fino pero musculado,
resisten la embestida de la tormenta furiosa
que vocifera con su ventisca renovadora,
resisten atadas al impulso oxigenante,
atadas a las ramas por la savia que relata
cual manos sabias haciendo nudos certeros.
O aceptan caer, para arrastrándose,
ser un fragmento sinfónico
de ese bosque infatigable
que perdura, eternamente, imaginativo y alado.
Hojas, que danzan mostrando
la increíble amalgama de matices que guardan en ambos lados.
Preñadas gestaron
y seguro pariran -al besar la tierra,
entre crujidos y ondulaciones-
el agua que nos aguarda
y la sangre nueva que obrará.
Las ama, el abeto y el pino
y el roble y la encina
y el corcho del alcornoque.
Las aman y amarán, los insectos y los cultivos;
como así mismo aquellas que trovan
siendo obras de arte -minúsculas o enormes-
aparentemente calladas,
bañadas por la quietud y el estoicismo:
cada roca que forma el peñasco
y cada cántaro o mota de arena
que preñándose del mar
le da sentido al penúltimo horizonte.
318-omu G.S. (bcn. 2015)
Será por ese acierto -casual o no- que nos lleva a comprendernos.
No nos falte jamás, una mente ágil y un corazón sonriente que nos regale buenas vistas.
Un abrazo
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Bueno, muy bueno.
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