Una mala noche sumándose al mucho y durísimo trabajo volcado sobre el total de la jornada; como recompensa, el cansancio haciendo mella: los sonidos se alejan progresivamente, la fatiga consigue vencerme, me tumba, no sirven de nada las voces e imágenes, continuas y cambiantes, del televisor -mensajes camuflados y otros de subliminales, propuestas que mayormente buscan incrementar el «share» potenciando mayores beneficios-. Cedo a recostarme en el sofá, los ojos se cierran, indisciplinados, maleducadamente, sin despedirse, prescinden de lanzar una sonrisa afectuosa que sirviera como hasta luego.
Ahora, medio dormido, medio despierto, ni sé de horas ni tampoco recuerdo ninguna secuencia del sueño… De vuelta, ya retomada la sed y el hambre, de nuevo engullido por el reloj, pero, permaneciendo una buena parte de mí, todavía, en un limbo muy particular que para nada debería asociarse con ninguna fuga ni con la muerte. Ahora es cuando soy poseedor de una percepción extrasensorial que, añadida como peculiaridad, engrandece y ameniza el juego que resulta ser siempre esta vida.
Es de agradecer tu cercanía -protegiste mi descanso- tanto agradezco tu proximidad que la apuesta correcta está en gozar.
Agradezco sentirte. Paladeo las yemas de tus dedos mientras recorren y afinan, mis sienes y mejillas, mi frente y mi cuello así como mis hombros y pecho. Igual que, cuándo deslizándose por mi cabeza, parecen querer deletrear el adn humano que sostengo y conversar con mi espíritu deseando hallar a mi yo más ancestral, del cual, he de confesar, creo ir recuperando su consciencia de manera natural, a medida que se emblanquecen o caen, como hojas otoñales, cada uno de mis finos y ya escasos cabellos.
Una noche mala, trabajo duro y reposo… hago repaso a lo tenido hoy y me quedo con este despertar maravilloso.
Ya recuerdo mi sueño y… sé que este se repite.