Piezas de un yo mismo


Y un ángel le susurro a otro ángel « cielo e infierno… siempre cielo e infierno; enfrentamiento constante.»
Y un demonio le grito a otro demonio « infierno y cielo… siempre infierno y cielo; compitiendo todos los instantes.»
Y así sucedía, repitiéndose, desde los tiempos en que esta tierra flotaba como bola de fuego esperando que el agua bañara a la noche y el día.
Hasta que un hombre, que tenía por oficio y arte la fortuna de pintor, con aguarrás diluyó el cielo y también el susurro y la teología corpórea de ángeles; y con aguardiente, borró el infierno con su griterío y la religión morbosa de demonios. Decidió dejar de señalar con sus dedos hacia el lado ajeno, hacia otros lugares. Terminó por contar solamente con el juicio honesto y los actos justos de hombre; apartándose de culpar al destino, desarraigándose por entero de la lectura dual.

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