Quiero vivir en paz; apartado de acusaciones y sentencias, totalmente ausentado de manipulaciones tenebrosas y medias verdades acosadoras que se apostaran por la espalda. Quiero vivir alejado de maneras viperinas que cosquilleen los oídos o de aquel griterío que, conteniendo improperios inútiles, interrumpe melodías sanadoras que esparcen enseñanza. Intento romper la red camuflada que atrapa, donde fuimos o seremos insuflados de venenos que otorgan cemento y mortaja así perdiendo nuestra elasticidad.
Quiero cohabitar con la paz que todos merecemos. Mostrar esa aptitud como valor inquebrantable. Disponer de la paz única que media con actos, y no solo de esa paz que queda de boquilla y llena de vana palabrería, debida a manuales con métodos que leímos; métodos, cuales aplicados como fórmulas de teatro, nos sirven intereses en esta era donde prima la fama indecorosa y el éxito comercial. Quiero que la guerra y sus instrumentos queden relegados a una idea que nunca alcanza el suficiente ingenio ni bastantes motivos para presentarse y funcionar como invento. Quiero oír el ¡Boom… Boom!, de tú y mi corazón; saber que nos reconocemos al compartir emociones así como que nada de personal tiene nuestro paraíso y que éste sostiene causas comunes con la misma edad.
Conozco algunas tantas personas cuyas bocas se llenan con las palabras «justicia y libertad»; cuando en realidad sus actos solamente reparten, al convenir sometidos a un estadio egocéntrico permanente, roles y dictadura, disgregación y esclavitud. Preferir y escoger disimular y mentir: Duele reconocerse como un contribuyente pagano, que se excusa y elude culpa alguna mientras honra al poder y a la sumisión. Tanto el poder como la sumisión equivalen a un estadio de corrupción. Vivir bajo el silencio rígido de un sinfín de posados. Pasamos admitiendo la necesidad del sufrimiento, permitiendo un sistema abominable que reconocemos imperfecto y que le da el visto bueno, a una y otra y otras muchas atrocidades
Cuento y recuento cadenas. Lloro que lloro. El poder ambicioso nos toca, aunque no beneficie ni corresponda agrede cercano, jamás fue un espejismo ni estuvo lejano. Al poder lo respiramos en cada uno de nuestros días: Ya fuera en las calles, zarandeados por los impulsos incontrolados o las emociones inmaduras. O durante la jornada de trabajo, donde mandan y pesan las obligaciones, las apariencias y los cargos. E, incluso, cuando uno requiere de descanso, ya dentro de su hogar, y los seres que suponemos nos aman, priorizan sus caprichos o hipotéticas necesidades para dirigirnos hasta someternos a sus prioridades.
Embargado por una gran tristeza, lloro que lloro; reconozco que somos seres inseguros que disimulamos nuestra fragilidad mostrándonos altivos. Creemos tener -siendo individuos enclaustrados-, las mejores soluciones y respuestas ¡cuánta farsa y autoengaño!. Nos ahogamos dentro de un círculo minúsculo, que construimos y protegemos para combatir a los fantasmas que nos asustan y zancadillean y acuden, como causa de los miedos que nos contagiaron y perduran por ancestrales culturas de (i)lógico raciocinio, por locuras saltarinas y por inenarrables sentimientos que somos incapaces de ordenar.
Padezco por la mía ¡cuánta cera!, y reconozco otras sorderas; debido a este hecho ¡cuántos y cuántos paraísos y conocimientos perdemos!. Vivimos, la mayor parte de nuestro pasaje, adentrados en una jaula diminuta e insonorizada, aquejados de estribillos repetitivos o de ruidos enajenadores.
Salgo por momentos de la jaula y laberinto, y cuando lo consigo grito «cumpleaños»… Es entonces que logro darme cuenta, que existen y son variados y amplios y excitantes los territorios que me aguardan.