Verte. Saber que siempre aguarda un alba aunque fueran aderezados los días con pesadillas que equivalen a oscuros crepúsculos. Como me sonríe el cielo (él no teme, al ser cambiante, tropezar o equivocarse). Como me sonríe el cielo, él no ceja de concederme viajes. Cuanta variedad de maravillosas formas e identidades me ilustran acerca de quién soy, adonde debo ir o dónde decidir quedarme. El arte no está en tener oídos, el arte está en aprender a callar para comprender al escucharte… ¿hueles la(a) vida?.
Agradecido por cada viento y por todos los puntos cardinales. Por ser devoto de cada respiro no tengo más remedio que ilusionarme tras ilusionarme. Padezco y suspendo si ansio futuro… Mi ley es el presente: pues éste sostiene montañas y él inunda con mares; sobre él están dispuestos multitud de racimos cuales ofrecen los mejores vinos con los que regocijarse.
Más nacimiento que epitafio ¡yo elijo!; para quién el luto, duelo y entierro, para aquel que crea en muerte, en odio o en venganza, para aquel que se erija en verdugo o en juez impregnado de soberbia, para aquel que rechace de si mismo la duda o renuncie a sentir los zapatos de otro como propios. Amo las páginas en blanco pues ellas ofertan la libertad y dentro de ellas cabe la esperanza. Amo las señales de humo que gritan despedidas o cortan distancia o saben a rito sagrado y alabanza. Amo la música: el silbar dócil de las flautas, la llamada persistente de tambores, los acordes que inspiran y levantan a ángeles caídos, los acordes que desvanecen la supremacia insolente de aquellos dioses insolentes que se desvanecen ante el salpicar de unas simples gotas de agua. Amo tanto como la caricia de unos «buenos días». Amo los paréntesis que resuelven enigmas. Amo la estancia que son cualquiera de los planetas, pues a ellos llegaré a besar como hogar. Amo todo lo existente, porque nada pervive igual siendo eterno, y porque cada uno de los elementos respalda, de buen seguro, nuestra resurrección.