«Un padre. Un buen padre, aquel que le muestra al hijo tanto lo que no como lo que sí . Un padre que se muestra como ejemplo, siendo lo que somos: seres imperfectos.»
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Y el atardecer, cuando la isla todavía era virginal. Atardecer mirando el horizonte, escuchando los inicios del chill-out en un café muy especial cual luego obtuvo mucho renombre. A tu lado, disfrutando de la copa, con los ojos claramente sonriendo debido a una felicidad, fruto de la combinación del éxtasis natural del momento y de unas caladitas de una hierba que nos llevaba a percibir cuanto de juntos están el mundo terrenal con el universo divino. Y viajar, desde la península asfixiante hasta la libertad de esa isla que es por ti que conocí, y era siempre casa que me esperaba. ¡Cómo no agradecerte! cuando fuiste maestro y salvavidas que me ayudó durante buena parte del fuego de mi adolescencia, con sus consabidas infinidad de tempestades repletas igual de hielo como de lava.
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Buscar excusas ante aquel sufrimiento inevitable que me asfixia. Llorar por saber que de aquí ya tienes que marchar (ya marchaste). Saborear la amargura de la pérdida, porque es que contigo se van mis más hondas raíces. Querer de hombre, querer de espíritu, querer de niño… Y no hay más, que desde ti nací, que tú eres gran parte cual me concedió cuerpo, sueños y razón para hacer camino, tú por siempre serás mi Padre (¡grande mi Madre!).
Buscar verdad, y nada que reprocharte y agradecerte tanto (tanto a base de abrazos como de zancadillas igual aprende el sabio como el asno).