Cálida, sol, es tu compañía. Cuando en el frío del presente o del pasado, tú, sin llamar te has presentado para avivar. Siendo el edredón; dándome alivio en la frialdad de una mañana, en que el rocío demostraba el helor intenso con su escarcha.
Fue una vez en que te observé, sol, medio adormilado; comentándole a la luna, bien de frente. Cuando lleno de verdad corazonada acariciabas sus cabellos mechados con el ocre amarillento de tus besos. Sol, proclamándole amor eterno a nuestra/tuya luna; conversando sobre los pedazos de silencio y los retablos de sueño que debíais conservar y proteger. Entre revolcones, abrazos y caricias, nacieron las estrellas para, entre parpadeos, guiñarnos ilusiones… Y así, de a poco, se multiplicaron y crecieron planetas que serán, por siempre, sus hijos; cuales contemplarán, como testigos fieles, esta, su hermosa y distante locura.
Luna y sol, poseen millares de reinados; gaseosos, líquidos, corpóreos y volátiles, azules, verdes y encarnados. Cortejan cometas centelleantes. Mediante un pacto inalterable ¡sellaron!, el acuerdo de ofrecerse; a regañadientes, irremediablemente: La noche para uno y el día para el otro.
Cuando uno de ellos se acuesta, el final aparece… mientras nace, del otro, el inicio, sea como fuera, ambos siempre viven dentro de un amor constante y temprano; en el horizonte donde parece que todo termina, allá donde las montañas o el mar se despiden diciéndose adiós, ellos se encuentran sin que nadie lo sepa. Se besan, desmantelando el tiempo y distancias. Ellos se aman; adjuntos a la eternidad impresa en el universo, son amantes pasionales e inseparables compañeros.