Terreno de juego

Me gusta beberme la fiebre de tus ojos mientras complacemos nuestros cuerpos. Untarme de tu miel, a ti pegarme; me encanta perderme y encontrarme al deleitarme en tus adentros.

Me place tanto y tanto empaparme de tus ganas dejándome llevar; lo mismo que hace al danzar un velero sobre la anchura del mar, al clamar sobre él, el viento, regalándole recorrer muchas millas; el avance y su movimiento.

Me excitan tus locuaces medidas, la dulce sal de tu sudor y tus formas tentadoras y curvilíneas, pero afirmo que más, los geniales impulsos que delatan tus amables sentimientos.

Cuándo tus actos bordan manteles y mantillas; el trigo y el centeno inunda los campos, el calor retorna a la mesa y, atenta, la salud visita al enfermo.

La libertad sabes devolverle al esclavo de monotonías. Elevas hasta la realeza al que permaneció creyéndose tener que ser sumiso; preso condenado a un duro destino, siervo deslomado por el duro esfuerzo.

Desbancas aquella mala suerte que tercia y, escondiendo riquezas, flagela como irascible amo, o como hace el tiempo asfixiando al hombre hasta negarle el respiro.

Me apetece siempre tomar la nutritiva savia de tu árbol, anidar sobre tus ramas y descansar bajo tu sombra fresca, pues supe reconocer que tu dispensas buen cobijo.

Me apetece, contigo, mimoso acurrucarme dentro de un lecho lleno de abrazos, de sexo y confesiones, de nudos deshechos entre parras y olivos, y ofrecerte un brebaje que nos alivie de pesares y dolencias, que averíe todos los relojes, cuales marcan un fin o señalan un pasado o el principio.

Quiero que juntos contemplemos un hoy perenne y, observando la luz, hacer camino.

Quiero que me permitas destapar mi lado salvaje, degollar a la oscuridad sin mediar cuchillos, sólo con onomatopeyas… y hasta faltos de palabras, conocer los gratos golpes que gozando da tu cuerpo. Quiero que queden las huellas de tal placer, que queden tatuados diez moratones sobre el moreno de mi piel. Quiero deleitarme con tu esencia y saber cuánto de blandos son tus huesos.

Quiero reconocer y, a un tiempo, ausentarme de mis alas; ¡quiero volar!. Saciar de alegría las estancias del hogar, la tierra y la hierba y cada baldosa pisada. Mancharme de barro y gritar, equivocarme y tropezar, ser imperfecto y cometer mil pecados no esperando una propuesta de redención… pero que, por favor, sea a tu lado.

Quiero ser un hombre que, amándote, consigue apresar tanto que hay, tanto terrenal y celestial, tanto que es humanamente divino. Y, mientras lo hacemos… descubrir que es una ficción más este pasaje mortal, un ineludible sueño, un pasillo y un portal, una parte del recorrido.

Porque al unirnos nos reconocemos como ángeles que olvidaron su nombre. Que aburridos del blanco, colgaron sus alas en el guardarropías del universo, así optando por ser ángeles caídos.

318-omu G.S. (Bcn. 2014)

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