La adolescencia (de los quince al millar)


– frente al esplendor –
La adolescencia está complacida de vivir.
Estirada sobre el césped de un valle o de una ciudad, esa pronta y humana edad, fusiona el ritmo de canciones.
La juventud ve nacer y marchar las formas y los dibujos que los elementos les conceden a las nubes, advierte claramente la suma existencial que prende en cualquier metamorfosis.
Silba para sí tantos sinónimos de identidad, que el cosmos la salvaguarda, ella se reconoce como un diminuto pellizco de todo lo que hay y al tiempo se siente tan ligera como libre.
La adolescencia mecida por las cortas cuerdas de una edad, cepilla con sus diez dedos la hierba frondosa que la acoge, por crecida, blanda y mullida, bien alimentada por los astros y la lluvia.

Adorable, la adolescencia, levita ingrávida. Se presenta libertaria. Pasea dentro de un jardín que es amparado por cuatro callejas, cuales delimitan con claridad, donde se encuentra la frescura del color y el verdor maravilloso que concede prender una senda plagada de posibilidades y sueños.
Sonríe limpiamente ante tanta inmensidad, que la reclama debido a la rebeldía innata, que a decir verdad, resulta más fornida y resistente que aquel poder establecido que a la larga resultará caduco y caerá vencido, o un sinfín de imposiciones o ataduras innecesarias.

Ella parece haber encontrado el edén que para otros, ¡ fieles del espasmo colectivo !, les aparece tan lejanamente apartado, al ser esclavos de unos intereses, o de la castración que otorga la propia incredulidad.

Tal edén resulta para muchos: un inmenso obelisco complicado de abarcar. Paraíso irreal e imposible utópico. Un objeto de difícil invención para sus mentes. Una vela de aniversario, que se apago sin antes pedirle un deseo o ni tan siquiera llegar a soplarla.

La adolescencia -quizás por disponer de excelente energía o tener presente a la magia blanca que la parió un día- nunca se queda estancada en ninguna certeza tan sólo tangible, pretende ante todo… descubrir y sentir lo tanto y mejor que puede abarcarse al disponer de una vida, degustar el placer dispuesto en cada uno de los respiros que le son concedidos.

– tras la maceración –
Hay adolescencias que perduran; se resisten a abandonar a esa madurez que se siente vigorosa y sabe que todavía le quedan muchas momentos nuevos por inhalar, demasiados tarros por destapar. A la misma que aún estrecha a la ilusión y a la esperanza como a inseparables compañeras, a cuáles jamás les dió destierro ni abandono cobardemente en ninguna batalla.

¿ Será que esa madurez es más joven de lo que creen los demás. Qué las arrugas no pesan tanto como algunos dicen, que suman hasta compensar las deficiencias y al añadir saberes multiplican la capacidad ?
¿Será que hay años que pasan y por ser cuidadosos no llegan a extraviar las valiosas perlas resguardadas por los sueños. Ni tampoco amainan ni un ápice las ansias de libertad ?

Existe una madurez que abraza todavía al verso niño, que tiene linda musa y bebe de las fuentes virginales, cuales cuándo remojan lo que tocan con su agua, esto queda impregnado de productividad. Existe una madurez repleta de exquisita adolescencia; que va mucho más allá de tabús inexplicables e incoherentes y de juicios en los que no cabe la ducha labor que ejercen las dudas y en los que acontecen los veredictos como absolutos.(Será que existe un Peter Pan que no requiere de psicoanálisis; ni de psiquiatras ni de psicólogos y es capaz de volar aún pisando con firmeza la tierra).

Verso niño aguarda el timbre; emplaza a la fe devota de amigos y opta por aprender mezclando juegos. Aborrece destruir el universo que se le ha dado, quiere y quiere procrear.
No se achica frente a códigos ni leyes absurdas, ni emblemas que agasajan doctrinas, ni tampoco teme al peso de los años, él cree en la eternidad.
Verso niño crece y crece, no se detiene, pero reniega de perder su fortaleza, el hechizo adolescente. Sus murallas son tan confortables que sobre ellas reposan millares de estrofas. Quiso pintar en ellas; cupidos desnudos, planetas orbitando y el arco iris dentro de un sinfín de corazones. A verso niño le sobran las puertas que quiebran la luz y traban la entrada, (él confía). Así mismo, no le presta importancia a la imagen o a los nombres, pues él aprendió a leer unos ojos, a escucharlos e interpretar.

318-omu G.S. (Bcn. 2014)

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