Estoy convencido de que cualquier giro contribuye a que se multiplique la velocidad, que viviendo aquí, sujetos a diminutas transformaciones, nos dirigimos, directos e irremediablemente, hacia un fenomenal y rotundo estallido y la consiguiente renovación. Creo que somos piezas independientes dándole forma y sentido a un motor, cual perdería muchas de sus prestaciones si le faltara alguna de sus estupendas insignificancias. Somos, cada uno de los elementos existentes, tan valiosos como insustituibles.
La evolución depende de continuas eclosiones, de fornicar con lo ya hecho y con la misma nada que, quizás aun pareciendo invisible, posee un surtidor y nos sirve la gasolina. Fornicar y fornicar, y, mediante tal acto, PARIR continuamente recreándose en nuevas estirpes. Pero, protegiendo, a capa y espada, contra viento y marea, le pese a quien le pese, la inquebrantable parte virgininal que le da pie a su exacerbada creatividad, la misma que alberga majestuosos y atrayentes misterios que espero queden siempre por resolver.
El cosmos ingeniosamente construye, es capaz de alternar tantas formas y esencias como para hacer infinita la escalera por la progresamos.
Todo lo habido, aquí, resulta pobre, cuando advertimos la inconmensurable e inagotable riqueza y grandeza en la que el cosmos vive y la cual bien reparte en cada una de sus vueltas. El cosmos sabe resaltar sin reparos, su enorme e incontestable efectividad con grandilocuencia, a aquellos seres que aun ostentando diversos credos, escuchando con atención cualquier apunte de vida, tienen fe en su hacer y lo observan.