Al juzgarse a esos delincuentes, en teoría, expertos de las finanzas y de las mejores gestiones bancarias, y a los tantos corruptos que se ubicaron respaldados por nuestros votos (menuda es, esta democracia), ténganse en cuenta que, debido a su hacer y estropicios, muchas familias quedaron huérfanas de algún ser querido (resuena duro escuchar SUICIDIO). Que se puede esperar de una España que se jacta de moderna y europeísta, mientras reverencia y reivindica como cultura honrosa, rindiéndole pleitesía al dolor y al sufrimiento, la fiesta de los toros.
Que de una vez por todas no existan agujeros en nuestras leyes por donde pudieran escaparse de la condena que les corresponde, esos asesinos, trileros y traidores. Pues, igual como así mismo los que dirigen y mandan, exigen que sin remilgos, los que menos tenemos paguemos cada uno de los tributos que acuerdan según creen conviene al país, paguen, sin condonación posible, los que contribuyen a la quiebra de nuestras arcas (mucho han tenido que esforzarse otras generaciones anteriores de todos para llegar a donde estabamos).
Súmese al hecho delictivo que ellos cometieron; ya fuera mediando el fraude, el chantaje o la estafa o el robo; la muerte de esos unos (unos nuestros), que no resistieron la fuerza de la tormenta caída sobre su mar de penurias y se tiraron por la borda en plena travesía. Añádaseles a la condena pendiente de pagar, el delito de asesinato.
Un estado nunca puede permitir que primen los intereses financieros de unas empresas privadas, cuales siempre terminan por conseguir beneficios incluso cuando ha sido pésima la gestión que han realizado (de esta manera también me atrevo yo a ir al casino a jugar al black-jack y a la ruleta). Unos gobernantes, si son leales a su pueblo, nunca pueden anteponer absolutamente nada a las necesidades de los ciudadanos que les han otorgado su confianza. Los números impositivos que le convienen a una empresa determinada o la limpieza o salvaguarda de un nombre de alguien que se considera más que alguien, deben quedar relegados a un plano secundario (y más estando como estamos, viviendo sobre la tierra prometida, una tierra rica que asoma pródiga y templada siendo mama.