Duele arrastrarse
cuando hemos caminado erguidos.
Duele, contemplar gastadas las suelas
de unos espléndidos zapatos
que nos han regalado mundo.
Duele abandonarnos a la distancia,
perder los abrazos;
dejar de sentir mariposas
estando juntos.
Duele, sujetar la fuerza de la costumbre
sabiendo al amor sentenciado y antiguo;
lapidado, bajo un cielo donde sólo revolotean
plumas rotas y buitres.
Duele, escuchar amar sin exclamación
y decir amar
con voz pequeña y dubitativa
y desangelada y contradictoria.
Duele
releer un amar retraído,
el amar pronunciado con letras borrosas
y buenas dosis de miedo.
Duele, reconocer un amar de comodidad
(de cuenta bancaria y sillón),
o, el amar confuso que perpetra el fracaso
y le rebate al corazón
los latidos presentes y siguientes de una vida.
Dolor de amar,
mientras divagamos presos
de una voluntad débil
y las arrugas crueles
que de nadie se apiadan.
Amar lejos de amar (océano y puerto).
Un amar de pasar los años
sintiéndose incompleto.
Vagar perdido dentro de la mentira
conviviendo con un amor decrépito,
faltándonos la ternura, el diálogo y la pasión
junto a una buena pizca de lascivia.
Duele ver como se rompe esa copa que fue tallada,
mediando el tiempo, la complicidad y el esfuerzo.
Una copa (hermosamente traslúcida de sincero cristal),
reconocida como frágil pero de temple auténtico.
Copa caída,
hecha añicos,
irreconocible;
desbaratada por la desidia fatal
y el descuido imperdonable.
318-omu G.S. (bcn. 2015)
¡Ohhh cuánta tristeza! Réquiem por un amor marchito.
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Cómo llegar a saber la impresionante grandeza que sostiene el amor, si antes no pasamos por los angustiosos desastres de la soledad o el desamor.
un placer el sentirte cerca.
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