¿A cuál problema darle vista?

Ya no se trata de una cuestión de un sí o de un no ante la propuesta de independencia; el problema estriba en la raíz, dado a quién, los ciudadanos, mayoritariamente y de manera sucesiva, le han otorgado el poder de las decisiones y el control de cualquier gestión.

Hasta ahora ha habido mucha gente que no le ha dado la suficiente importancia al hecho voluntario de acudir a las urnas, creen que la política no va con ellos, se declaran, por desconocimiento, agnósticos de una realidad que les atañe hasta las entrañas. Parece que no bastan las pruebas, más que demostrables, de los tantos robos y estafas que han significado la ruina o muerte de ciudadanos inocentes. Ha significado el vacío de unas arcas del estado que logramos llenar mediando el esfuerzo de todos (los que estamos hoy y los que ya marcharon).

Parece que no resulta suficiente la tantísima corrupción que ha quedado patente en los grupos políticos a quiénes, legislatura tras legislatura, se les ha ido concediendo la dirección del estado español, estado multilingüistico y pluricultural que por diverso resulta maravilloso. Políticos que mancillan la palabra honestidad, al falsear, durante sus discursos, la realidad social de algunos lugares así como mentir al respecto de las cifras que barajan y reciben desde cada una de las comunidades autonómicas, o en la manera desproporcionada e injusta en como gestionan y reparten esas cantidades que les llegan. Políticos que se han dedicado a promover rencillas y odios.

Mandatarios actuales que representan una España que más que grande es casposa. Que convierten la magia cultural que cabe en nuestra diversidad en una herramienta que incrementa las fronteras humanas al servir desconfianza. Mandatarios que aprueban rescates y firman contratos perjudicando, de todas todas, a los ciudadanos; basando la aprobación de estos en sus interés propio o de partido, o en unos «amigismos» que repercuten, muy negativamente, sobre la sociedad que representan (resulta como regalarles, a ciertas empresas, un bono donde consta escrito «apuesta segura a caballo ganador».

Lo que queda claro es que nadie debe quedarse en casa el día que toque decidir, mediante el voto, a quién concederle la batuta; BASTA de quejarse cuando ya es demasiado tarde (recalcar que esto les ocurre hasta a ciertos políticos que se mueven y posicionan según les conviniera, personal o partidistamente, no por buscar un bien para la sociedad que dicen representar).

Insisto; nosotros, como pueblo, no podemos permitirnos perder los derechos civiles, cabe abogar por que impere una justicia basada en la humanidad. Debemos contribuir, individualmente y como colectivo, al cambio y a la construcción. Debemos atrevernos y confiar en una apuesta totalmente nueva ya que lo conocido no funciona. Quiénes han estado a cargo de la dirección de nosotros (estado: Amalgama y fusión repleta de creatividad; capaz de repartir bastantes y buenos pasos adelante), no creo que se hayan ganado el respeto del pueblo que los hizo electos. Ninguno de nosotros puede permitir que nadie (y mucho menos los organismos que nos representan), se cague, literalmente, sobre los derechos civiles que tanto nos ha costado de conseguir; unos derechos civiles que deben protegerse a capa y espada para que perduren intocables y prevaleciendo como autoridad.

¡viva la comunicación!

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