Desde hace tiempo rezan las enseñanzas, fumar mata, fumar puede provocar cancer, y otras reseñas que tapizan las cajetillas de los veinte tiros de humo.
Llevar algo más de cinco años separando mis pulmones de la hebra quemada, de los cigarrillos que intoxicaban mi organismo con su humo. Ese humo que filtra sus componentes en mi sangre, así refluyendo hasta en mi dermis, colapsando mis arterias, hasta pudiendo pararme el corazón, y con ello, mi respiro.
El otro día, hace un mes, preparé una buena comida en casa -tenía invitados-, Al terminar cojí una cajetilla de entre las muchas que había sobre la mesa y, abriéndola, prendí, nuevamente, un cigarrilo, avivé en mí ese continuo vicioso del fumar, tanto cuándo apetece y deviene como disfrute, como cuándo no apeteciendo nos reclama por enganche siendo vicio.
Para consolarme me dije «un día es un día» y una leche, desde entonces vuelvo a carecer de la capacidad de renunciar a unas buenas dosis de sustancia cancerígena.
Esos nuevos primeros cigarrillos hasta me noqueaban por momentos, mareándome; mis pulmones me comentaban «vaya mierda esto que nos das, atontas nuestras capacidades. Òscar, date cuenta de la porquería que es lo que te fumas. No te acuerdas -proseguían diciéndome-, de todos los ahogos, toses, debilidad y limitaciones que te representan estas tirillas humeantes ¿Cual es la causa que te arrastra amarrandote a su consumo?».
Es placentero para el fumador, el hecho de encender un cigarrillo e inhalarlo, reporta placer y sirve de compañía; es como un compañero que siempre esta predispuesto… sobre la mesa esperándote.
Marsalis coge su trompeta y toca, fumo. Sobre la mesa humea el sabor agradable del café, fumo. Converso sobre las serias circunstancias de la vida con otros, fumo. Acabo una esplendida comida, fumo. Termino de disfrutar de sexo y de placer, fumo. Hay tantas razones que me contagían del tabaco, fumo y fumo.
No soy de quitarme de placeres gratuitamente, barajo los pros y los contras de lo que decido; es entonces que me planteo dónde y en qué se oculto el deseo, cuales son las causas que, aun sabiendo lo pernicioso de algo, nos permiten consumir hasta lo que reconocemos como nocivo: Sabor de humo, sabor ácido, áspero y desagradable.
Soy un dependiente consciente de su debilidad, un ser independiente que demuestra su esclavitud y sumisión cun cuando abogo por la libertad. Permito que este humo me invada, intoxique y contagie, que avance indebidamente la enfermedad y mi deterioro.
Placeres y desdichas en ese mismo hacer. Consuelo del hombre que cabizbajo te pide le ofrezcas uno. Deseo por el vicio que se nos contagió y que nunca se pierde; siempre latente las ganas por éste. Ya conocidas sus virtudes y desgracias ¡la decisión!, voluntariosos o impotentes.
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Laura saco de su bolsillo una piedra, rasgo el cigarrillo, puso el tabaco en su mano izquierda y, con la llama de su mechero naranja, quemó el pedazo marrón sacado de su chaqueta. Frotó, acariciando con sus dedos, deshaciendo la sustancia. Mezcló piedra y tabaco en ritual de caricias, estaba reuniendo los elementos para, volteándolos con firmeza, situarlos sobre el fino papel de fumar, después liándolo con su espesa saliva, quizás pretendiera cazar sonrisas.
Mas éstas no estuvieron siempre, fueron disipándose a medida que se acentuaba el consumo, ya sonaban portando un interrogante y con una hilera interminable de puntos suspensivos. Había veces que su mente se quedaba colapsada, era incapaz de concentrarse, era incapaz de escuchar debidamente, de comprender el mensaje de los amigos que le hablaban. Dependía, psicológicamente, del añadido que el prense de un hachis le proporcionaba. Si salía de copas sin disponer de esos cigarrillos, notaba que le faltaba algo para completarse la velada.
¿En que medida Laura era dependiente de este completo para lograr su disfrute?.
Cuándo nuestro sistema nervioso carece del añadido, ya habituado éste a su consumo, se muestra como goma elástica, cual se tensa y destensa, y según fuera la cantidad de tensión que resiste, resulta posible la ruptura de este, pues resiste y padece como goma, el desequilibrio, a largo o corto plazo, está garantizado -como así mismo sucede con otras muchas sustancias que alteran el estado que nos corresponde según tiempo y circunstancias y por naturaleza.
Podemos encontrar justificaciones, pero sólo son, justificaciones. No hay razón o hábito que deba pesar más sobre la balanza que comporta una vida, que el querernos; para poder ofrecer al resto y ofrecernos como elixir saludable; en mente, energía y cuerpo… dejo, por hoy, pendiente el tema del espíritu.
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Rascó la roca con la cuchilla de su cortaúñas, cayó, de la pieza blanquecina y con ligeras transparencias, el polvo que ansiaba y al mismo tiempo grababa el futuro para él.
La seguridad ficticia, se convirtiría, más tarde en inseguridad. La confianza rotunda, sería paranoia y desconfianza. Esa toma provocaría, debido a su prolongado tomar; el extravío, una identidad rocambolesca.
De dudas y precariedad cuándo faltara la sustancia. De distancia. De alejamiento.
Miguel, se encontraba sumido en un paseo repleto de arriesgadas y estrechas veredas envueltas de acantilados. A la mínima se sentía con los pies encementados y sinalas, por un precipicio cayendo. Después de largo tiempo y tras mucho tomar y tomar, se enrevesó una serpiente venenosa con sus pensamientos, debilitándose su esencia propia y mágica al perder cualquier grado de seguridad.
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Gritos de desavenencias en la casa. Ojos desorbitados. Rojizos. Ojos que van y vuelven, arriba y abajo, a derecha y a izquierda, nerviosismo inquietante.
Teresa, sólo había dejado los calcetines en el cajón de la comoda sin aparejar. No tuvo tiempo, grande era todo los días su ajetreo; los chiquillos llegaron del colegio antes de tiempo y la comida estaba por terminar, es por ello que así, desunidos los dejó; dejó los calcetines de cualquier manera, lanzándolos sin advertir lo que luego supondría tal acción.
Un carajillo de ron negro en el desayuno. Tres cervezas y un carajillo con el almuerzo. Casi una botella de vino con el menu de la comida. Tres cervezas más al salir del trabajo, y por supuesto esas dos copa de whisky, o el cubata en el barrio antes de ir para casa a…
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Irene tuvo una perdida importante en su vida, se marchó alguien fundamental para ella, una persona a la cual quiso mucho. Tras serle imposible, durante largo tiempo, descansar, pidió cita para su médico, el cual, a su vez, la derivó al psicólogo, para terminar alternando la visita al psicólogo y la consulta con el psiquiatra.
Este último, después de escucharla por los veinte minutos que le correspondían por programa, le dijo «lo mejor será que tome esta amarilla tres veces al día, esta blanca solamente por la noche y esta gorda y roja por las mañanas» eran pastillas para conciliar el sueño, para eliminar ansiedades y, en teoría, químicamente compensatorias.
Ella tomó y descansó. Tomó y ya durmió. Un día, un mes y un año, todavía hoy, despues de quince años, toma de éstas para dormir, no ansiar y descansar.
Patadas al hígado y puñetazos a sus riñones, el filtrado de la medicación era exigente. Sanamos (aparentemente), habituando a tantos órganos a sufrir hasta que no puedan resistir más y revienten.
Efectos secundarios… de todo tipo; más diría: se frecuenta el estudio, somos meros conejillos.
¿Són soluciones inevitables?.¿Existe algún otro tipo de secreto para combatir dichos momentos?.
Según fueran. Sucede que hay casos en que las descompensaciones químicas pueden alterar el funcionamiento de un ser; provocándole desdicha hasta el punto de convertir su vida en un infierno, no dejándole vivir. Pero, nuestra medicina, nuestra sociedad esta pasando por una etapa en la que no se disciernen suficiente las repercusiones de cada sustancia que legalmente se suministra, se propagandea sin tener en cuenta otros posibles medios para remontar una situación y recuperar la dirección y el bienestar que nos corresponde.
La demanda de beneficios por parte de las farmacéuticas hacen que no se barajen otras alternativas más económicas para un ciudadano y el mismo estado y más saludables.