Sandías y limones

Hay limones y sandías que agradecen el saludo de mi amigo Galac, el tacto que les ofrece cuando los posiciona en filas ordenadas, ese esmero que les dedica.
Lo mismo que me ocurre a mí al pasar por delante de su trabajo, le agradezco su siempre amplia sonrisa con la cual acaricia mi corazón, su saludo penetrante y sincero, el mismo que me hace olvidar donde nací yo o desde donde vino él.
Emprendió solo, con las manos en sus bolsillos, sin dinares, ni dolares, ni euros la ruta que quería fuese su vida. Sin sello en papeles que le confirmasen un poder estar, sin arrugarse ante esos contratiempos que el viaje le traería, se suponía capaz, en trabajo con esfuerzo, de forjarse un  mañana estable, incluso pagando el tributo de alejarse de sus mas íntimos afectos.
Familia, amigos, calles de piedra y de tierra, esencias que eran suyas; y cuales, aun encontrandose lejos, todavía lo son. Todo, todo se quedó allá en el lugar donde nació, no pudo ni empaquetar lo que tanto quería, le hubiese gustado poder traerlo, no le cupo en su maleta.
Sus ojos tantas veces atisbaban la nostalgia de sentirse lejos de la calidez de lo suyo y los suyos. Confiaba saber encontrar, cubrir sus necesidades aquí, las pudo ver cubiertas, ensoñándose con ojos abiertos y cerrados cuando estaba allá, leyendo su futuro.
Sin estudios, pero, con él, el conocimiento de saber lo que precisaba, lo que buscaba. Sin miedos; y cuando los tuvo los aparto de un solo golpe, golpe  rotundo.
Trece horas cada día, tras el mostrador, a la intemperie del frío invierno o del verano asfixiante, él esta allí para concedernos una bienvenida cuando aparecemos por el negocio que otros inmigrantes, venidos a más, regentan.  800 euros le pagan, él libra un día, no se le ocurra jamás tener exigencias. Esos que le contrataron siempre por siempre se quejan. Lloran que no les va bien, que no les salen las cuentas. Mientras tanto van montando más negocios; locutorios y un sinfín de comercios de viveres… pero les va mal, sarcásticamente, abundando en mentiras le dicen.
Traen a paisanos, que todos son familia, a los cuales ponen de titulares de esos nuevos tantos negocios, les sirven de tapadera para no pagar impuestos durante un buen tiempo, para que les sean concedidas cada una de las subvenciones posibles.
Ese, mi amigo, el del mostrador, el que habla con sandías, con las coles y con los limones dándoles las buenas noches y los buenos días, vino para conseguir sobrevivir, no para amasar fortunas. Vino para luchar trabajando; y no pretende robar ni estafar ni explotar a nadie. Sin querer quitarle al pan a ningún otro. Este, mi amigo, no tiene ayudas, ni subvenciones. Trabaja de sol a sol prácticamente. A ese, mi amigo, que a la que se mueve tres calles le estan pidiendo los papeles, al que le mira alguna gente con recelo por ser de fuera, creyendo, porque así se lo ha hecho ver alguien, que les esta quitando su trabajo o su dinero, cuando de veras es duda, si alguno de los que aquí están afincados desde hace años, o siendo hijos de aquí, querría por 800 euros, 13 horas a la semana, con sólo un día de fiesta semanal. Si de verdad estaría, ese uno que se queja, dispuesto a ese mismo trabajo que mi amigo hace.
Abrazos a todos los inmigrantes que necesariamente vinieron para abastecer sus necesidades más básicas como hombres, aportándonos la riqueza de sus culturas sin cobrarnos por ello.
La gratitud es un don que tienen algunas personas, sobre ella descansa el reconocimiento para cada una de las cosas que se hacen. No entiende de intereses ni compensaciones.
                                 

¡viva la comunicación!

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