Sí, viste en tejanos a la soledad, paseaste junto a ella. Dentro de ella se encuentra al ser nunca el olvido del mismo. Lejos del miedo le vistes su cara. Camuflada, con nombre de mujer, me hizo descubrir tanto de lo escondido al darme a probar de sus manzanas; me invito a bucear por este mar que llevo adentro.
Buscó por mí, acompañandome. Tejió para mi barco unas nuevas telas.
Sí, creciéndome como cabellos las promesas que me hago -que serán cumplidas- marchan con presteza los interrogantes. Pospongo todos mis viajes -todavía son muchas las tareas que ahora me esperan- Resumo lo que quiero y aparecen soluciones con un saco de respiros.
Las prisas suelen ser autopistas accidentadas. La paciencia puede traer ruta y hechos cargaditos de esperanza.
Murallas hechas con barro atascan nuestros caminos, murallas que facilmente se pueden desvanecer. Murallas construídas sin darnos cuenta a base de insignificantes motivos a los que damos demasiada importancia. Nosotros, construidos en una buena parte a razón de cargas impuestas e inventadas.
Las respuestas están saturadas, hartas de tantas preguntas, fatigadas de aleccionar pregunta tras más preguntas que solamente provocan desvelo, que se me caiga el pelo, que la piel se me crispe; y lo mas cojonudo es… que las respuestas tampoco son poseedoras del remedio.
Una mañana en la que le invadió un gris melancólico, arrodillándose, comió medio gramo de polvo y no queriendo vivir, besó la tierra; se dio cuenta de que habia extraviado a su corazón.
Entre sollozos sucumbió al poder de lo afectivo, así olvidándose hasta de sus bienes terrenales.
Fue entonces que acuchilló sus entrañas hurgándose los intestinos, por si estaba de suerte y su corazón se encontraba por allí perdido.
Mas no halló más que a la sangre mojando sus pies desnudos. Gota tras gota derramada pidió irse, se fue desvaneciendo su cuerpo mientras esperaba la llegada del misterio deshecho en la muerte.
La espada pudo mucho menos que más que aquellas caricias en la piel y su alma que le brindo una doncella. Fue muriendo recordando la ternura que le ofreció esa mujer, arropado por la luz, entre las velas.
Como cuándo la arena bebe de las olas, renacieron en él unas cuantas burbujas para acabar siendo un precioso manantial vertiéndose en la boca y en los ríos.
Aquel sucio hombre, en su muerte, fue limpiado por el afecto teñido sin egoísmo, redescubrió los origenes que perdió por las sendas del estar por lo impavido curtido.
Sietes que se cosen con hilo. Puntas de clavos que estrían punzando. Poderoso aspecto el del afecto, troquel que delimita la pieza que somos y lo que se ofrece y de lo que carecemos.
Ni corazas ni guadañas. Ni venenos, ni antidotos, ni valientes, ni cobardes, somos títeres cuando sopesamos con la balanza del amor. No hay refugio que nos cubra suficiente en la tormenta, cuándo ésta carga con el poder de lo afectivo.
Cuántas de las cosas que existen y no vemos pueden llegar a hacernos vivir o a matar. Tantas aflicciones, dichas y desdichas que no dependen de nosotros pero acontecen como plomo.