La fuerza de la naturaleza más elemental siempre nos empuja, animándonos a ir hacia lugares que ni nos habíamos planteado (durante el viaje, luz y oscuridad se entrecruzan); en muchas ocasiones, el camino implica sumergirnos dentro de aguas densas y turbias, que nos comen las fuerzas y nos roban todo resplandor, pero, extendiendo la lectura dentro de la baraja que contiene el tiempo, cualquier contratiempo a superar serà pellizco, pellizco que reconstituirá aquel entendimiento capaz de fomentar la música dentro de nuestras vidas, capaz de liberarnos al darnos el punto de partida para la eclosión.
Hay una Naturaleza que está incrustada hasta el punto de ser imposible de arrancar; ¡sí!, a cierta naturaleza podemos limarle asperezas que arañan dejando la piel en carne viva. Si observamos atrás con detenimiento, podremos ver gozos y sufrimientos, corazones saciados y carnes desolladas de otros personajes que antes anduvieron y que son y serán ejemplo.
Hay una Naturaleza que, elevándonos hasta el reconocimiento de la estirpe, conversa con la tierra y con el cielo: igual salpica juegos y risas que sudores y sufrimiento; sustenta a los opuestos para el aprendizaje. Nos descubre la grandeza que hay en cada uno de los elementos que existen. Si atendemos, nos desvela quiénes somos.