Como seda, mis labios,
relamen el caramelo de tus cúspides;
resbalan por un valle afrodisiaco
besando las laderas de tus senos.
Como abejas, mis dedos, recolectan el polen;
te aprietan la cintura y tu ombligo circunvalan,
sujetan y descifran tus sinuosas caderas
y se rinden al tacto de tus nalgas,
antes de visitar la humedad de aquel cielo
que tu suave entrepierna bien resguarda.
Un cielo que a su vez es voraz puerto
donde, seguro, mi mástil atraca.
Bajo tu pubis se recoge una perla ya erizada,
cual reclama que mi boca, con su lengua sea habla.
Que mis manos, suave, la toquen,
y que el genio también la frote;
como Aladino hizo a la lámpara.
Centinelas de tu hambre
ahora bien se posicionan,
justamente se amaneran
los mayores y menores;
como un fino cortinaje
que cuida y también protege
la ricura de un lenguaje
rebosante de presente:
El saber de un digno pozo,
la frescura de una fuente,
que plagada de futuro,
manteniendo su atractivo,
igual riega nuevas sílabas
que vuelca onomatopeyas,
desde antiguo y con sentido.
Existe acomodado tanto placer
entre esos blandos pliegues que resguardan
el fulgor de una joya y mil tesoros:
Tu excelso cielo frutal.
Un abismo que incita a volar.
Y una pecaminosa tentación;
terrenal y divina.
Rincón cual, avivado con suma suavidad,
ya exorcizado de su aburrimiento
y de su sequedad,
ya excomulgado de su soso tedio;
ofrece sus delicias y antojos,
y entre espasmos eléctricos
vierte los jugos desde los adentros.
Así quedando; las aristas; romas,
(relajados los músculos),
y puntiagudas dagas o afilados cuchillos,
(nervios, tensión pasada),
por lisas o pulidos,
tan mancas de poderse hincar,
o tan inmensamente inútiles de sesgar,
que hasta el delgado papel se ríe de su corte.
318-omu G.S. (Bcn-2013)