Helor de invierno.
Un edredón me cubre abrigando,
es como el servil leño cuando arde,
sirve de fuego;
cuando viajo durante el reposo
sobre la rectilínea alfombra
que es mi cama.
Se extravían los límites
al descansar tendido sobre ella.
Mi mente se prolonga hasta lo indecible;
desinhibida y fantasiosa
desanuda sueños.
Cuales tijeretean con firmeza invisible
la coherencia de las fronteras.
Medio dormido.
Medio despierto.
Convengo con la panza arriba,
o boca abajo o ladeado;
me doy descanso.
Al cambio de costado mis dos manos tropiezan
con esa piel impresa de finura,
que asoma incitadora reclamando el tacto.
Donde terminando tu espalda
se achica dando cintura,
mis manos tropezaron y ahora se deslizan
por tus tentadoras nalgas.
Ya logro percibir
los olfativos elixires afrutados.
Consigo masticar los minerales
que la espléndida copa que es tu cuerpo,
derrama, siempre tiene.
Opto por reducir a nada la distancia
que a ambos nos separa.
Eres imán. Me arrastras hacia ti,
diría que levito posesamente atraído;
como haría cualquier férreo metal.
Sucumbo ante el embrujo
que, siendo domador,
toda razón aparta.
Le permito a mi hombre
que suelte al animal;
para, tanto salvajemente entregarse
como gratamente gozar y perderse
alentado por sus instintos.
Próximo al hueco de nuestro placer
llamo al genio a quién me sé leal,
¡froto la lámpara!.
Grito invocando la magia de ¡SÉSAMO!,
quiero que sin demora pueda abrirse la puerta;
contemplar los tesoros que proteges
aún careciendo de candados o de altas verjas.
Y al descubrir
el arte carnal que tu resguardas;
te entrego a mi ser prendido de complicidad
y baño tus adentros con pródigas semillas.
Es a tu lado
que a sueño saben mis realidades,
es a tu lado que ¡nazco de nuevo!.
Claramente evidenciando…
cuánto de poco se gana
cuando olvidamos amar,
y nuestro tiempo pasa
atendiendo a batallas.
318-omu G.S. (Bcn.2014)