Mi jardín tiene atisbos de locura; no razona lo que lleva a cabo, florece. Florecen entre sus hojas capullos, muestra el inicio del nacer de sus unos, unos capullos renqueantes para el tiempo de los hombres, si es que el hombre los espera. Ágiles, fulgurantes por si mismos, conmemorando en cada una de sus primaveras la hermosura de una vida, abonados por la sabia naturaleza.
Lluvia seduciendo a una tierra. Tierra alimentando la esencia del clavel que perdura por tiempo en el violeta de sus pensamientos y con el rojo de una atracción seductora.
Restaura el otoño caído. Y las flores crecen y crecen, atrapan esos centimetros de más. No pierden su tiempo en contemplar si decaera su exhuberancia y belleza dando paso a lo marchito, si estará siempre su flor fragante, o caeran sus colores y pétalos en el olvido. Sólo se detienen en el presente que estrecha la vigencia de un instante, ¡suyo!, sin temor a dudas; el de un ahora.
La humedad del agua las revive. La luz con calor del sol las revitaliza, (no hay recuerdos); amnésicas están, no se preguntan por el futuro, las flores viven olvidadas de fecha y de hora.
A la trémula desdicha no atienden las flores. Feliz vive el jardín; alegre y desordenado converge en las apetencias primordiales, y nunca los seres que le dan nombre, sobre él, ambicionan.
«Quién es quién…
todo es vida, todo es color.
No cabe la cuestión
¿de donde vengo?,
vale saber como y donde estoy.
Sabios son los seres que optan por captar cada uno de los respiros que le son regalados.»
Se sumergen los claveles y las hortensias en la dicha del baile, al suave baile… las arrastra el viento. La tertulia no perdonan mientras repasan las constelaciones, confraternizan por las noches, convienen al unísono en unirse al movimiento creciente de la luna, al peso del brillo de las estrellas. No rebuscan mas allá de lo que se les otorga, son día luminoso o el luto de la noche, pero ante todo, respiran.
En cada una de las diferentes formas de sus ramas está el arte, confiriendo realidad a lo imaginario, arte que no ha compuesto ningún artista, arte que no ha acaecido bajo la angustia de buscarlo.
La firmeza se revuelve y enreda, se estrecha a la mano de alguien que pinta en un lienzo lo que antes ya ha estado sobre está tierra pintado.
Trompetas en mi jardín: son los lirios que suenan.
Cerezas tengo con la flor de las begonias.
La elegancia en la caída de las pinzas de una kentia.
Tú, flor que determinas el amor que será o que no será: margarita.
La resistencia se muestra en el ficus que heredé de un ser querido, (mi amada abuela).
Y esas otras que esperan… ni el nombre de ellas conozco, ellas son mas antiguas que los nombres.
Completada en todas ellas la sapiencia de un saber que anda mostrándose, y no siempre se reconoce y es sabido.
«De la semilla que soy y fui.
Del tronco que a la tierra anda unido.
Del aquel capullo que será flor,
y de lo que parece casual pero por alguna razón me ha visitado y ha existido.
Desprendo lo que la vida en mi prende.
Ofrezco mi esencia y añado otro matiz sensitivo.
Camino y la vida me adereza.
Camino satisfecho
y a cada paso restauro mi existencia.
Me siento completo al validarme en la grandeza de este inmenso conjunto continuamente expuesto.»