Antes: un lápiz o una pluma delatora
cuales descorren pensares o vivencias,
o sentimientos que adueñándose de uno
conceden precipicio u otorgan gozo.
Antes resultaban frecuentes
millones de mensajes escritos a mano;
odio y esperanza,
la ayuda deletreada,
viajes, proyectos y amor;
una carta que fue metida dentro de una saca
tras ser comida por la boca de un famélico buzón.
Antes transcurría un tiempo,
existía un remite igual que una esperada respuesta
con la consiguiente espera.
(Envío cartas y aguardo respuesta;
vengan dentro de un sobre; saludos y abrazos,
noticias y ánimos,
imágenes y recuerdos;
en un simple y bien doblado papel
el contenido de un inmenso arcón).
Ahora: Una pantalla habla al instante
mediante las alineadas teclas
de un teléfono móvil o de un ordenador.
Asoman cortas las distancias
y primitivos quedan los tiempos de espera.
(Confieso que añoro
los triangulares pliegues de los sobres.
Lo mismo que echo mucho en falta
aquellas manchas de tinta
que reseñaban las huellas de mis dedos).
« El progreso jamás olvide
que la nostalgia forma parte de mi condición.»
Antes: Multitud de piernas haciendo camino
y carromatos tirados por caballos y burros
que cargando los víveres recolectados
los repartían por ciudades y pueblos.
Antes; mil kilómetros: Lejanía.
Un verano y sillas en los portales.
Botijos y porrones amanerando
largas y amenas tertulias.
Ahora: Transcurridas nueve horas
cruzamos vastos océanos
recorriendo tres mil millas.
(Café en Marraquech
y cena en Alejandría).
Ahora los vecinos de puerta ni se saludan
y los transgénicos, disfrazados de salud,
irrumpen en los estómagos, invaden nuestras cocinas.
Ya pasó el tiempo de las gruesas cuerdas de esparto.
Las manos olvidaron las trenzas y el mimbre,
cual, triste y lloroso, quedó arrinconado.
Ya convino el hombre en una resistente alianza
con las herramientas eléctricas,
con los monótonos moldes y el plástico.
« ¡Madre!, vísteme con algodón.
¡Madre!, bríndame el roce del hilo,
que es mi piel tan fina como delicada
y cualquier áspero roce le causa quemazones.»
Hoy la velocidad le ha ganado la partida
al sosiego y a la pausa,
estropeados chirrían los frenos,
detenerse suena a imposible
y hacerle un quiebro al reloj
aduce como irrisorio;
sería como convertir en apuesto príncipe
al rechoncho sapo de un estanque
con el beso de una endiosada princesa
que solamente sabe de espejos e imágenes
cuando la belleza del mundo compara.
( Libérense los domingos de relojes y alarmas.
Protéjase el reposo que contiene un buen respiro
para, al menos, alguno de los días de la semana).
Antes; arbolados valles, hablando cercanos,
vertían sus gracias;
a dos pasos y frecuentes resonaban los trinos,
las estridencias sonoras desafinaban lejanas.
El ajetreo de ciudades resoplaba extrañamente,
sus calles, todavía de tierra fértil,
admitían ser sembradas,
y los hombres, alejados del inútil consumo,
con un indispensable poco se conformaban.
Ahora; la tala indiscriminada
es una evidente fatalidad que extravía el oxígeno.
Es ladrona devorando los bosques.
Asesina es la ambición,
por desproporcionada acuchilla al imprescindible equilibrio.
Perdidas quedan las palabras gracias y perdón
cuando por la ciudad, (deshumanizado hormiguero),
agudizando mis sentidos transito.
En estos ahoras perece la confianza,
todo recaba inundado por el miedo.
Cual insta a que sean multiplicadas las cerraduras,
y a que el helor penetrante de verjas y candados
envuelva y precinte la lumbre de hogares
que por tantos siglos estuvo,
sin remilgos ni renuncias, para otros dispuesta.
Insaciable y voraz: El tejido asfáltico recubre
la frondosa hierba, engulle gratos aromas.
Conforma aburridos paisajes,
asemejando ser sus cárceles grises
un insulso laberinto.
Y su inseparable pareja, el musculoso hormigón,
se presenta alzándose
con su apariencia omnipotente
escondiendo su verdad babilónica.
318-omu G.S. (Bcn-2013)